
Joaquín Ferrándiz Ventura logrará la libertad a finales de julio, tras cumplir 25 de los 69 años a los que fue condenado por asesinar a cinco mujeres entre junio de 1995 y septiembre de 1996. El primero de los crímenes lo cometió apenas tres meses después de salir de la cárcel en la que cumplió parte de la pena (seis de los catorce años) que se le impuso por la violación de una chica en 1989.
Aunque es valenciano se le conoce como el asesino en serie de Castellón -entre otros sobrenombres-, lugar al que se fue a vivir con su familia cuando tenía 14 años y en el que desarrolló su carrera criminal. Podríamos decir que llevaba una doble vida. De lunes a viernes, trabajaba en una empresa de seguros. Y los fines de semana sacaba al monstruo que -según el perfil trazado por la policía- escondía en su interior.
Siempre utilizaba el mismo modus operandi: recogía a las víctimas con su coche, las llevaba a lugar apartado, las ataba con su propia ropa y las estrangulaba. Así acabó con la vida de Sonia Rubio, Natalia Archelós, Mercedes Vélez, Francisca Salas y Amelia Sandra García. Y así intentó matar a otras dos, aunque no lo consiguió y eso llevó a su detención. Actuó llevado por el "odio", según aseguró él mismo.
Él terminó confesando, una vez se vio acorralado. Fue clave el hallazgo de la cinta adhesiva que usó con la primera de sus víctimas. En el juicio, sin embargo, se negó a declarar. El fallo recogió que el acusado padecía "un trastorno de la personalidad polimorfo" pero que éste no le impedía "gobernarse por sí mismo", ya que entiende "el contenido y sentido de las normas" y "tiene capacidad para ajustarse a ellas".
Secuestró y violó, en 1989
Es complicado conocer el momento exacto en el que Ferrándiz, nacido el 9 de diciembre de 1963, se convirtió en el monstruo que es. Con el tiempo hemos sabido que confesó a sus amigos y escribió en un diario (posteriormente incautado por la Guardia Civil) algunos detalles de su juventud que ya dibujaban a un ser perverso y sin escrúpulos.
Entre ellos que a finales de 1981 (cuando cumplió los 18 años) compró una navaja automática con la intención de usarla, o que (ya en la veintena) mantuvo una relación amorosa con una chica que ni siquiera le gustaba sólo para conseguir que el padre de ésta le colocara en la empresa en la que trabajaba.
No obstante, no es hasta 1989 cuando tenemos constancia de su primer acto criminal: secuestró y violó a una joven el 26 de junio de ese año. Él tenía 25 años y trazó un plan maquiavélico para engañar a la víctima y conseguir su objetivo: provocó un falso accidente de tráfico contra un ciclomotor conducido por una mujer, le ofreció llevarla en su coche a un centro hospitalario y la agredió.
Él había cambiado su moto por un Ford Escort sólo dos meses antes, en abril. Fue después de acabar la relación que mantenía con Beatriz, la chica a la que nunca quiso. El 6 de agosto fue detenido por la violación de la joven y posteriormente fue condenado a 14 años de cárcel. Cumplió solo seis y -lejos de reformarse, cuando aún estaba en libertad condicional- comenzó a matar, a un ritmo perturbador.
Cinco asesinatos, en un año
Sonia Rubio, una estudiante de filología inglesa, fue su primera víctima mortal. La joven, de 25 años, tuvo la desgracia de encontrarse con Ferrándiz cuando salía de una discoteca de Benicasim. Él la invitó a subirse a su coche. Ella accedió y acabó muerta por asfixia.
Las tres siguientes víctimas eran un blanco fácil: prostitutas. Acabó con ellas entre agosto y septiembre de 1995. Fue fácil conseguir que subieran a su vehículo, tras contactar con ellas en una zona frecuentaba por trabajadoras del sexo en Castellón.
Mercedes Vélez (una antigua novia de su hermano mayor) tenía 25 años. Francisca Salas y Natalia Archelós, sólo 23. La última de sus víctimas -Amalia Sandra-, un año menos. A ésta la asesinó -como a la primera- tras salir de un local nocturno, en septiembre de 1996.
Doble cara
Ninguna de ellas vio el depredador que ocultaban sus formas educadas y su cara de bueno, aunque con mirada penetrante. Tampoco lo vieron los profesionales que le dejaron en libertad cuando cumplía condena por violación en la cárcel. Aparentemente, Ximo -como le conocían sus amigos- era amable y educado.
Su comportamiento en el módulo era ejemplar. Pero salió y sus hechos fueron aún más graves. Tampoco se le ha abierto ni un sólo expediente disciplinario durante los 25 años que ha morado en la prisión de máxima seguridad de Herrera de la Mancha (junto a presos como José Bretón y Miguel Carcaño).
A la vista está, su ejemplaridad no es garantía de nada. Durante ocho años, no podrá volver a residir en Castellón. Pero Ferrándiz, que en diciembre cumplirá 60 años, tiene una nueva oportunidad de rehacer su vida. Esa que no tuvieron las cinco jóvenes mujeres a las que mató sin ningún tipo de remordimientos.

