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Qué ha cambiado en la prensa del corazón desde hace 25 años

Para un lector corriente de esas revistas, poco han cambiado. Siguen explorando los sentimientos humanos de gente conocida, los mal llamados famosos.

Para un lector corriente de esas revistas, poco han cambiado. Siguen explorando los sentimientos humanos de gente conocida, los mal llamados famosos.
El Rey Balduino de Belgica y la Reina Fabiola el día de su boda en 1960 | Cordon Press

Uno de los fenómenos periodísticos en la prensa española lo constituyó la aparición de revistas llamadas entonces femeninas, surgidas en la postguerra, entre los años 40 y 50, para ser en los siguientes buen ejemplo de las publicaciones más leídas, generalmente por un público considerado popular. Con anterioridad, y también a lo largo de mucho tiempo, ese privilegio editorial lo ostentaban las novelas románticas, sobre todo las firmadas (fueron miles) por la escritora asturiana Corín Tellado.

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El Rey Balduino de Belgica y la Reina Fabiola

Si a comienzos del decenio de los 60, la boda de la aristócrata española Fabiola de Mora y Aragón con el rey Balduino de Bélgica concitó al interés general de miles y miles de sobre todo lectoras (y el auge de Televisión Española, entonces casi en mantillas, al venderse miles de aparatos), sería mediada esa misma década cuando el despegue de tales publicaciones fueron alcanzando cifras de venta espectaculares, que se mantuvieron, al menos, hasta mediados los años 80. La programación de espacios en las televisiones privadas desde entonces dedicados a temas rosas, irían limitando aquellas largas tiradas periodísticas del ayer, cuando la media era de trescientos mil ejemplares, llegando al medio millón en acontecimientos destacados. "¡Hola"! alcanzó la cifra de un millón de copias, lo que pocas otras revistas lograron. Sólo "Interviú", que mezclaba en sus páginas escándalos de todo tipo, políticos, policiales, sucesos, y también exclusivas de sexo y desnudos, llegó a vender también esa mítica cantidad millonaria cuando sacó en portada, póster central y varias páginas con los desnudos de Marisol, imágenes realizadas por el fotógrafo César Lucas. Fue un escándalo para algunos, aunque significara que ese mito infantil, adolescente y juvenil de nuestro cine aparecía en porretas, tal como vino al mundo, en una época donde ya España era otra, muy distinta a los años anteriores del franquismo. Todo un símbolo.

Lentamente, desde que las televisiones rivalizaron con las revistas del corazón, rosas, el color como también fueron identificadas. Éstas últimas descendieron en ventas y, consiguientemente, en partidas publicitarias tan imprescindibles para la economía de las empresas periodísticas. Y así llegamos al nuevo siglo, cuando la sociedad española ya fue cambiado desde el periodo de la Transición, a la muerte de Franco, cuyo régimen había desarrollado una férrea censura mantenida prácticamente hasta la desaparición del Dictador, causa de que en ese periodo de casi cuarenta años, ninguna revista femenina pudiera insertar en sus contenidos asuntos que no fueran de una intachable moral: nada de desnudos, por supuesto, ni textos acerca de separaciones, siempre manteniendo una línea editorial que no rozara los límites impuestos por los prebostes de la información. La libertad de prensa que trató de abrirse paso, tímidamente, en la segunda mitad de los años 60, iniciada con la ley Fraga, fue simplemente un espejismo.

Desde los años 80 hasta el fin del ciclo del segundo milenio, fue un cambio en esos contenidos de la prensa del corazón, al mismo ritmo posible de una sociedad cambiante, cuyos miembros en general iban adaptándose a otras modas, a una prensa supuestamente más libre. Y pese a que esas revistas eran más bien conservadoras, tuvieron poco a poco que prescindir de cursilería, de temas obsoletos, mientras las separaciones matrimoniales y divorcios ya estaban al cabo de la calle, lo que fue trasladándose libremente a sus páginas. Desde luego sus personajes habituales y los reporteros y redactores, vivieron una época que después, ya a partir de 2001, no se vio igualmente reflejada. En una palabra: hubo un cambio poco a poco más ostensible hasta nuestros días.

Los famosos ya no reciben en su casa

Para un lector corriente de esas revistas, poco han cambiado. Es decir, siguen explorando los sentimientos humanos de gente conocida, los mal llamados famosos, en realidad populares. Decía el hoy ya olvidado César González-Ruano, acreditado articulista de hace más de medio siglo, que la popularidad, es la calderilla de la fama. Un ejemplo de famoso sería un premio Nobel, un pintor de relevancia, un científico de altura, pero alguien que ahora aparece a menudo en televisión por ser primo, doncella, chófer o vecino de un personaje conocido, es indebidamente tratado como famoso. Y eso es lo que ha invadido en los últimos años los contenidos de las revistas y los espacios de televisión.

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Cuando se agotan los personajes y no hay otros para sustituirlos, se recurre a los parientes de los cantantes o actores populares, quienes cuentan intimidades o meros detalles nimios sobre las vidas de éstos. Ejemplos de los últimos tiempos: de Isabel Pantoja han abusado personas relacionadas con ella en algunas ocasiones, que continúan especulando con asuntos de poca o ninguna importancia. A cambio de dinero, claro. ¿La culpa de quién es? De las revistas y de las cadenas de televisión, que no tienen de quién echar mano. La familia de María Teresa Campos es centro de atención de quienes viven a su costa, aún estando ya fallecida, bien por sus hijas, una presentadora y otra productora, y hasta el yerno de ésta y sus líos con su esposa. ¿Qué interés aportarán a la curiosidad de la gente? Pero así contemplamos semana tras semana las peripecias de esa parentela. Que no cesa, pues hay otros ejemplos que se repiten para contar siempre más de lo mismo, como si escucháramos a un tartamudo. Y eso en tertulias donde nadie escucha a nadie, todos hablan al mismo tiempo, costumbre muy española, gracias a la cual nadie se entera de nada y cada cual sólo se preocupa de contar su relato sin importarle lo que dice el otro.

Estos personajillos de tres al cuarto, respetables en su casa pero que no debieran presumir de ser famosos, algo ridículo sabiendo su identidad, vienen desde hace veinticinco años ocupando espacio cuando en otro tiempo los que interesaban eran personajes notables de la vida social y artística. Antes del nuevo siglo, aceptaban mostrar sus viviendas, lo que ahora ya no sucede. ¿Por qué? Motivos de seguridad lo desaconsejan. También una precaución ante Hacienda, cuyos inspectores podrían tomar nota de ciertas exhibiciones de lujo hasta investigar sobre lo firmado por ellos en las declaraciones de la renta. Hubo ciertamente un tiempo en el que artistas conocidos se prestaban a mostrar sus residencias. Me viene a la memoria el caso de una cantante muy conocida a la que hice un reportaje en una urbanización valenciana de "alto standing", como reza la publicidad. Y resultó que no era el chalé donde vivía con su esposo, ni siquiera vivienda alquilada: la propiedad correspondía a un matrimonio de edad madura, dueño de otras propiedades del lugar, que cedieron su casa para que la eurovisiva cantante presumiera de lujo.

Hoy, decimos, ya no aparecen esas imágenes, salvo las que sigue publicando "¡Hola!" nada más abrir sus páginas cada semana, de castillos, grandes mansiones, ocupadas por esos falsos príncipes europeos, o aristócratas, familias millonarias todas extranjeras que nadie conoce en España, pero muestran sus estancias propias de quienes disfrutan de propiedades heredadas. Los lectores de esa publicación son de clase media alta y sin duda disfrutarán quizás envidiando cuanto tienen esos elegidos de la Fortuna, con mayúscula. En cambio, los directores del resto de revistas, que más bien compran ciudadanos de clase media o media baja, no encuentran alicientes para que sus lectores se solacen con majestuosos casoplones.

Los y las ‘influencers’

La libertad de prensa que las revistas comenzaron a disfrutar desde la Transición permitió que se conocieran mejor las vidas de esos mal llamados famosos, los personajes populares. De los que empezaron a desvelarse que algunos eran homosexuales. Quedaban al desnudo quienes aparecían antes como novios dispuestos a casarse, siendo "de la acera de enfrente". Se acuñó la frase "salir del armario". Ellos y ellas. También se supo que otros eran bisexuales, de vida amorosa "a pelo y a lana". Sucedieron abortos de gente conocida. Y la prensa rosa se ocupó de asunto tan delicado. El director de la revista en la que yo trabajaba en los años 70 me prohibió el término aborto, sustituyéndolo por su significado: interrupción de un embarazo. Era "más papista que el Papa". Peor era la autocensura que la censura franquista. Era como ponerse un parche antes de recibir un tortazo.

El caso es que a partir de la segunda mitad de los años 70 del pasado siglo las revistas del corazón publicaron cuanto les vino en gana. "¡Hola!" fue la más prudente de todas, en atención a sus lectores. Pero el resto de ellas ("Semana", "Lecturas", "Díez Minutos", "Pronto"…) aprovecharon la vía libre para insertar reportajes de todo tipo. En pleno delirio del destape en el cine, también las publicaciones cedieron a esa grosera y vulgar exhibición de cuerpos desnudos, bien entendiendo que de ellas, no de ellos. En pelota picada, sólo hubo publicaciones eróticas de varones, muy alejadas del circuito habitual de la prensa rosa.

Esa vorágine acabó mucho antes de que acabara el siglo XX. El hambre de contemplar tales imágenes se sació y el cine X y las revistas "porno", sucumbieron. Llegado el año 2000, las revistas del corazón se ocupaban de otras cuestiones.

Por un lado, en ese decenio y sobre todo en años más cercanos, han abundado los llamados ‘influencers, más en el terreno femenino. Término inglés. En singular, tal y como lo recojo del diccionario Collins, significa influir en algo. Lo mismo que en castellano se dice influyente. Pero los cursis, que atentan con nuestra lengua, se sienten más a gusto recurriendo al anglicismo, de manera inapropiada. Desgraciadamente seguiremos encontrando ‘influencers’ en los textos de las revistas femeninas en general y del corazón en particular.

Y es que hay dos clases de publicaciones destinadas a las mujeres, unas más que otras, que también leen los caballeros. Unas plagadas de publicidad, con abundancia de temas referidos a la cosmética, las modas en el vestir y en otras cosas, la belleza en general, donde preside eso que se llama "glamour", el lujo a toda pastilla. Son revistas de precio que dobla el de las otras de corte popular, más ocupadas del mundo de los sentimientos de personajes conocidos. Responden a cabeceras de renombre, como "Vogue", "Elle", Grazia", de ediciones internacionales, y otras radicadas aquí, caso de "Telva", quien por sus afinidades con el Opus Dei siempre mantuvo una línea muy ajena a chismorreos o frivolidades.

Las bodas cotizan más que los divorcios. El amor y el desamor siempre presentes. Ahora esas publicaciones cuentan intimidades antes silenciadas. Pero en los últimos veinticinco años tanto "Semana", como las restantes de su parecido estilo no encuentran personajes suficientes para llevarlos a portada, el "gancho" imprescindible para conseguir agotar una tirada. Y ya no son los tiempos pasados de pagar exclusivas. Éstas, son las que satisfacen los programas llamados basura, o del corazón televisivo los fines de semana, en las dos cadenas rivales, en particular "Telecinco", pues "Antena 3" se ha ido apartando de ese mercadeo.

Descenso de publicidad y ventas

Hay en España una crisis de las empresas periodísticas, diarios y toda clase de publicaciones en la actualidad. El asunto viene de lejos. Podía afectar entonces al papel. Pero poco a poco los usos y costumbres de los españoles se han despegado de la lectura. ¿Causas? Varias. Es más cómodo ver la televisión y encontrar allí noticias, que en el caso de los asuntos del corazón están ampliamente tratados en cada canal. Serán personajillos de tercera fila, pero los mismos prácticamente que en las revistas. Éstas, "tiran" de aquellos que desfilan en la pequeña pantalla, los actores de culebrones, los presentadores atractivos, cantantes que son padres de hijos antes llamados ilegítimos, a los que sus ex parejas demandan en los juzgados… Y tienen un archivo amplísimo sobre todo Televisión Española para abarcar todo tipo de acontecimientos del pasado. No es lo mismo cuando ahora las revistas rosas nos cuentan historias de otro tiempo, con imágenes no siempre en color. En desventaja.

El caso es que la prensa en general ha descendido en tiradas. Y la publicidad que la sostiene responde a ese desinterés por la compra y lectura de las publicaciones, sin excepción. Aunque una empresa como la editora de "¡Hola!" puede sentirse más potente que el resto cuando además de su edición nacional, tiene otra para el mercado anglosajón, "¡Hello!", y una más para el de habla hispanoamericana. Una pujante publicidad, superior al de sus competidoras, la ayuda en ese despliegue. Lo obtiene por los miles y miles de ejemplares que vende.

La era digital lo ha cambiado todo. Los mismos reporteros que ahora disponen de teléfonos móviles nada tienen que ver con sus colegas de hace medio siglo, cuando mandar una crónica desde sitios remotos era una epopeya. Recuerdo haber recurrido a algún viajero de Renfe para que portara un sobre con material de prensa para que en la estación madrileña determinada lo recogiera un trabajador de la revista. O lo mismo en un aeropuerto.

El tratamiento hoy gráfico y de confección en las revistas es infinitamente superior en calidad. Inimaginables los recursos por procedimientos digitales. Existieron en tiempos, burdos montajes fotográficos de parejas. Hoy pueden realizarse aparentando ser reales.

Los personajes de la realeza

Hubo una época que sin televisión, la lejanía de aquellos personajes populares del cine, la canción, el deporte, los toros, eran admirados en la distancia por los lectores de las primeras revistas que se llamaron "de sociedad". Con la aparición televisiva esos mismos o parecidos personajes ya "entraban" en nuestras casas. Despertaban interés, desde luego. Y las revistas respondían incluyéndolos en sus páginas. A día de hoy no cabe duda que despiertan al menos curiosidad. Pero ya decíamos que son, para entendernos, "de tercera división". Porque los grandes, dosifican su aparición. Tanto en la "tele" como cuando en las revistan conceden entrevistas. Y lo hacen a causa de su propio interés: bien cuando estrenan una película, un espectáculo, y dicen "estar en promoción". De otra forma se niegan. En los años 70 hasta los 90, por ejemplo, para cualquier periodista de espectáculos era relativamente fácil contactar con las grandes estrellas del momento, que lo recibían en casa o donde se encontraran. Y en eso han cambiado las formas de esos "famosos" de pacotilla actuales. Se niegan a posar, a realizar declaraciones, como no sea "poniendo el cazo" o si "venden" algo, un estreno, un disco nuevo.

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En épocas pasadas aparecieron los llamados ‘paparazzi’, reporteros autónomos que recurrían a toda clase de recursos para conseguir, sobre todo imágenes, de personajes de actualidad, preferentemente aquellos que huían de los periodistas, sin conceder facilidades. Se buscaban chivatos. Disponiendo de un aparato de telefonía, prohibido, para lograr así conseguir confesiones y lugares, por ejemplo, donde sorprenderlos. Práctica peligrosa porque ha llevado a más de uno de esos avezados informadores a pagar su audacia en la cárcel. Ya no parece que en el mundo de la prensa del corazón se prodiguen casos que vulneren el derecho al honor y a la intimidad, como se advierte en el artículo l8.1 de nuestra Constitución.

Los Reyes de España siempre estuvieron protegidos por un pacto, no escrito, entre los empresarios y directivos de prensa. Con la llegada de la Monarquía de don Juan Carlos y doña Sofía las revistas del corazón jamás publicaban textos o imágenes que pudieran molestar a la Casa Real. Ni siquiera, por ejemplo, los fotógrafos se atrevían a fotografiar al monarca si encendía un pitillo o se tomaba un whisky, salvo un brindis en cenas palaciegas en honor de alguna personalidad. Antes del año 2000 sí sucedió que en vacaciones reales en Mallorca don Juan Carlos fue sorprendido en paños menores. Fotografías que si bien aparecieron en la prensa española fueron retiradas por alguna revista, que las adquirió. Significativo fue que Lady Di, encontrándose en la Costa del Sol, acabara siendo captada por potentes teleobjetivos sin la parte delantera de su biquini. Los reporteros que consiguieron esas imágenes, un ‘scoop’ que se dice, lograron un buen negocio. Parece que cincuenta millones de pesetas de entonces.

El respeto hacia la Corona no ha cambiado, desde luego. Pero don Juan Carlos de Borbón, dada su conducta, no pudo evitar que las revistas del corazón fueran siendo menos partidarias de silenciar sus aventuras, cuando se descubrió su pasión por Corinna Larsen. No incidiremos en ese pasaje por ser más que conocido, que tantos quebraderos de cabeza causó en el palacio de la Zarzuela. Principio de lo que, junto al juicio que llevó a la cárcel a su yerno Iñaki Urdangarín y a la hija del monarca infanta Cristina a declarar ante el juez, precipitaron la abdicación regia de quien tanto había hecho por defender nuestra democracia. Penosos han sido los reportajes aparecidos en los últimos tiempos sobre el Emérito, autoexiliado en Abu Dabi, como asimismo la proliferación de fotos y videos acerca de su relación extramatrimonial con la "vedette" Bárbara Rey. Episodios que años atrás permanecían en secreto y que en esta presente década se ha hecho interminables, tanto en prensa escrita como en programas de televisión. Algo inaudito, impensable en el pasado. Una vergüenza. Pero la prensa del corazón, sin que entremos en juicios morales, no ha hecho nada más que contar lo acaecido, unas revistas más precisas, minuciosas, y alguna otra, caso de "¡Hola!", sin duda la más discreta de todas ellas al respecto.

La boda del príncipe de Asturias don Felipe de Borbón significó para la prensa rosa un filón informativo. Conforme como luego nacieron las dos Infantas, el interés y simpatía despertado por la pareja influyó en la atención que esos semanarios prestaron siempre a la feliz pareja. Y cuando Felipe VI alcanzó el trono tras la renuncia de su progenitor, se potenció todavía más esa presencia del joven monarca y su esposa consorte en las páginas de esas publicaciones. Que trataron, por cierto, cierta crisis que surgió en un verano mallorquín, con respeto y discreción. Queremos decir que en estos últimos años del siglo XXI esta prensa popular ha sabido servir con sus deberes informativos sin faltar a un respeto institucional con la Corona. Sin hacerse eco de ciertas informaciones nada fáciles de comprobar que se han ido filtrando en redes sociales sobre nuestros monarcas.

Quien se saltó ciertas reglas, en aras según él, de no faltar a la verdad ni sentirse cortesano fue el más veterano de los cronistas sociales, un gran periodista, Jaime Peñafiel, quien fue apartado de la columna semanal que mantenía en el diario "El Mundo". Las causas, su obsesión compulsiva hacia doña Letizia, a la que criticaba implacable cada siete días, por cuestiones más bien ajenas al interés general.

Ha aparecido un libro reciente en Francia, "La belle époque", firmado por Ilen Detush, donde recordando a su padre, que fue un reportero muy conocido en su país, contaba que hoy sería imposible lograr reportajes como hizo su progenitor, colándose por las buenas en el "Falcon" de Julio Iglesias para fotografiarlo en la intimidad, por sorpresa, o la vez que captó con sus cámaras en una bañera a la cantante egipcia-francesa.

Rosa Villacastín, veterana periodista del corazón, ha confesado esto: "La prensa de ahora (la del corazón, se refiere) no me interesa nada. Yo comí con Carlos de Inglaterra y la Preysler. ¿Cómo me van a interesar hoy los chavales de "Gran Hermano"?. Por su parte, otra reportera, Lydia Lozano, con cuarenta y cinco años trabajando para este tipo de prensa, que ha publicado hace pocos meses un libro de memorias, "La venganza de la llorona", refiere que lo que más dinero le proporcionaba eran los reportajes de divorcios y también cuanto sucedió en el programa "Sálvame".

Daría para cientos y cientos de páginas seguir escribiendo sobre el tema al que ponemos ya punto final, en la creencia de que quizás nos hallamos excedido.

En España

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