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Crónicas murcianas

El primer beso siempre se olvida

La investigadora a la par que científica de la Universidad de Texas Sheril Kirshenbaum, tras un presunto estudio de dos años que prueba que empieza a haber demasiada gente que enseña su carné profesional de ciencias para entrar sin despertar sospechas en la sección de Literatura, muestra en un libro que prácticamente todo el mundo recuerda con total precisión su primer beso. "Muestra", dice la prensa con precisión terminológica, por una vez y sin que sirva de precedente. Es decir, no demuestra. Porque es una tesis totalmente indemostrable, esta de que el primer beso no se olvida.

Al contrario, siempre se olvida, por la propia naturaleza placentera del hecho, ay. Mi primer beso fue a mi primera novia, a los seis años de edad cumplidos. La sensación me pilla ya un poco lejos. El beso segundo, a los trece, en cambio lo recuerdo algo mejor: fue a la criada. He olvidado su nombre, su cara, su aspecto, todo. Hay un recuerdo indeleble: el frío hilo de baba que quedó entre los dos en el aire. No por otra cosa asegura la científica Kirshenbaum que los caracoles son más besucones que los humanos. ¿Por qué recuerdo eso? Ya hemos hablado de la fugacidad de los recuerdos placenteros, y por contra la insistencia de los otros. La marca de los auténticos disgustos de la vida tarda mucho más en desaparecer. Termina por hacerlo, claro, sólo que la vida tiene la imprudente costumbre de terminarse mucho antes que las consecuencias de esos disgustos. Si viviéramos quinientos años, es muy posible que acabáramos superando del todo los males acaecidos en la juventud.

El asunto Kirshenbaum... Y luego dicen que se destina poco dinero para la investigación. No puede ser tan poco, al menos en los Estados Unidos, si en los Departamentos científicos aún sobra para hacer poesía durante dos años pagados. La Kirshenbaum ha titulado su libro "la ciencia de los besos", que suena como a tomo gordo, en el que se ha podido colar algún dato incluso no perteneciente a la descarada autoayuda. Pero la primera en la frente. Ya se ve que "La ciencia de los besos" es tan positivista y exacta como aquel de "El método" de Neil Strauss para ligar indefectiblemente, que situaba "lo científico" para ligar con el sexo femenino en dejarse una "chiva" bajo el belfo y un aro en la oreja. Después de esta afirmación sobre el primer beso, el libro salido del departamento correspondiente de la Universidad de Texas debe ocupar el lugar de honor de las bibliotecas, "un lugar tan alto", por usar las palabras del erudito inglés victoriano M.R. James, "que nadie ha estado tentado de cogerlo nunca". Espero que Kirshenbaum sea investigadora a la par que científica por otros conceptos, porque aquí no hay tu tía. Esto del beso es el descanso del científico, como cuando Plácido Domingo canta rancheras (o, mejor, cuando los Tres Tenores atacan "tengo una vaca lechera"). No. Nadie recuerda su primer beso aunque todos creen recordarlo. No es más que un episodio colectivo de memoria ficción.

Vuelve a "mostrar" el libro, al parecer, que todo el mundo puede rememorar hasta el 90% de las circunstancias que concurrieron en aquel su primer beso. Precisamente. Se memoriza lo accesorio, lo que rodeó a lo único importante. El diez por ciento restante es lo mejor del beso, es decir, la sensación exacta del beso, o sea, el definitiva, el beso, que no es posible volver a representarlo en una cabecita humana. Es lo bueno de las sensaciones irrepetibles: que no se pueden repetir, como su propio nombre indica. Ni en el recuerdo. Ni siquiera para sentir adecuadamente nostalgia de ellas. Ni ese consuelo nos queda, ante la crisis.

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