Resulta extraño que los cineastas españoles se hayan sumado a la petición de fusilamiento preventivo de todo aquél que tenga un ordenador en casa y una conexión de alta velocidad. Dado que viven del dinero de los contribuyentes y que las subvenciones a su, digamos, trabajo artístico están garantizadas, deberían dejar de preocuparse por una norma, la de González-Sinde, que penaliza algunas actividades de las que ellos están a salvo. Porque, que sepamos, los anales de los servidores de internet apenas registran descargas de películas españolas, en consonancia con el nivel de asistencia a las salas donde se proyectan, cuyas cifras, obviamente, se inflan para hacer como que se trata de una industria medio rentable.
En todo caso a mí me resulta extraordinariamente divertido ver a los artistas de la ceja tan molestos con aquellos a los que les hicieron la campaña electoral. Es cierto que no fue gratis, sino a cuenta de las subvenciones futuras con cargo a nuestro bolsillo, pero parecían tan sinceros cantando las glorias de ZP, que verles ahora echando pestes por los rincones y acusándolo de traidor es una verdadera risión, que yo estoy disfrutando muchísimo.
Venga troncos, a cantarle a la alegría.