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Aznar alerta de los riesgos del nacionalismo en la presentación de 'Cuando la maldad golpea'

El expresidente apela a la "gran política nacional" y alerta sobre "el silencio que puede dañar a la verdad tanto como la mentira misma" de Artur Mas.

El expresidente apela a la "gran política nacional" y alerta sobre "el silencio que puede dañar a la verdad tanto como la mentira misma" de Artur Mas.

José María Aznar, expresidente del Gobierno y presidente de FAES

Es lo que queremos recordar hoy aquí. No hay terrorismo sin terroristas. Y no vamos a aceptar el olvido. Que nadie cuente con que vayamos a actuar como si el terrorismo nunca hubiera existido. Como si no existiera aún en muchas de sus formas.

La tarea política más importante en la España de hoy es construir, ordenar y poner en marcha una gran política nacional basada en los principios constitucionales. Un gran proyecto cívico atractivo, capaz de animar a la sociedad a prestarle su apoyo decidido y sostenido. Cada vez que lo hemos hecho así hemos sabido vencer las amenazas a nuestra libertad, por graves que fueran.

Y, en esta tarea, lo que la sociedad debe encontrar en las instituciones es mucho más que comprensión o respaldo. Mucho más que un aliado o un partidario. La sociedad debe encontrar en las instituciones el liderazgo de quien tiene que abrir camino y tomar la iniciativa. Especialmente donde más falta España no es, no puede ser, una mera idea ni una opinión entre otras. No lo es, no puede serlo, porque hay en vigor una Constitución aprobada en referéndum que expresa la palabra de la nación española. España ha de ser una realidad jurídica segura, indudable, previsible, puesto que ésa ha sido la voluntad de los españoles recogida en nuestra Constitución.

No existe ningún título jurídico, histórico o político válido que habilite a ignorarla, incumplirla, suspenderla o aplazarla. No puede estar en la mano de nadie hacer tal cosa. Y por tanto quien la ignora, la incumple, la suspende o la aplaza está fuera de la ley, actúa contra la voluntad nacional, y debe percibir sin que le quepa la menor duda las consecuencias de sus actos.

En 1978 la nación española afirmó solemnemente que su único modo digno de existencia política es el Estado democrático de derecho. Los españoles lo hicimos. Precisamente por esto algunos han decidido romper con España, para romper con los principios de la democracia. Tratan de arrastrar consigo a toda una sociedad, a la que pretenden convertir en lo que ellos son. Y no podemos permanecer al margen mientras ese proyecto político sigue adelante.

Hay que poner fin al desfalco de soberanía nacional que se está llevando a cabo por parte del nacionalismo. Cuando se ganan las elecciones autonómicas se gana el poder constituido, no un poder constituyente. Hay que afirmar la realidad nacional de España ante las grotescas deformaciones históricas a las que la someten aquellos que rechazan una comunidad de ciudadanos libres e iguales.

Y para eso no necesitamos hacernos pasar por apátridas, o por gentes sin arraigo, ni adoptar una superficialidad que nos blinde de la acusación de nacionalismo antagónico encubierto. Debemos actuar como españoles tranquilamente orgullosos de serlo, porque la nación que defendemos nada tiene que ver con el proyecto nacionalista de involución.

Quienes buscan la secesión no pretenden sólo una separación territorial, sino también y sobre todo una separación de las exigencias de la democracia, del pluralismo, que es lo que nos permitió hace ya muchos años formar parte de la Unión Europea como miembro de pleno derecho. No les molesta España –no les molestaba en otro tiempo-, lo que les molesta es que España significa libertad.

Hace más de tres décadas los españoles fuimos capaces de cambiar el rumbo de nuestra historia. Hoy redoblan sus esfuerzos los que pretenden devolvernos al camino de discordia y de ruptura que entonces abandonamos. Una pretensión que al actuar sobre un cuerpo nacional vivo y auténtico, necesariamente producirá desgarros, como ya los está produciendo. No estamos ante una pugna entre territorios. Estamos ante un desafío que opone a la cultura cívica europea propia de nuestra Constitución el nacionalismo más reaccionario y destructivo.

Porque el nacionalismo pide lo imposible: el desguace de la nación y del Estado. Porque es cierto que el silencio puede dañar la verdad tanto como la mentira misma.

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