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La ANC decide abortar la hoja de ruta de Junts pel Sí y aboga por un referéndum

Los militantes de la Asamblea Nacional Cataluña votan a favor de presionar a las instituciones catalanas para la celebración de otra consulta.

El presidente de la ANC, Jordi Sánchez en un reciente acto | EFE

El proceso separatista está en horas bajas. A pesar del victimismo desaforado, de las teorías de la conspiración contra los políticos nacionalistas, de las grabaciones en las cloacas del Estado y de los agravios del Constitucional, el Supremo y el Superior de Justicia, el entusiasmo independentista no remonta y quienes aún aguantan la matraca votan en mayoría por volver a la casilla de salida, el referéndum de independencia a ser posible pactado con el Estado.

La Assemblea Nacional Catalana (ANC) ha asumido parte de la propuesta de la CUP, que cree que es necesario un gesto de enfrentamiento con el Estado, un "choque de legitimidades" por la vía de la unilateralidad. La ANC, en un referéndum interno, ha avalado ese camino, pero con la adenda de que primero se intentaría pactar el referéndum con el Estado y en caso negativo, se procedería al referéndum unilateral. De ahí que se refieran al proyecto como RI, siglas de referéndum de independencia, frente a las que se empleaban hasta ahora de RUI, con el aditamento de unilateral.

Disquisiciones y variaciones al margen, la ANC convocó a sus treinta mil asociados a votar, tanto presencial como telemáticamente durante tres días, desde el jueves hasta el sábado. Participación: 9.304 personas. Menos de un treinta por ciento. De estos 9.304, un 74,51% han respondido sí a la pregunta "¿Quieres que la ANC obligue a las instituciones catalanas que convoquen al pueblo de Cataluña a un referéndum para decidir sobre la independencia?".

La ANC, por tanto, ha decidido cambiar el paso del proceso y como uno de los mantras separatistas es que el dicho proceso va de abajo hacia arriba, no cabe pensar más que la Generalidad, el Parlamento, los ayuntamientos y las diputaciones tomarán buena nota del "mandato" del pueblo encarnado en la Asamblea y abandonará la hoja de ruta de los dieciocho meses, que vencería el próximo verano si se cuenta desde la toma de posesión de Carles Puigdemont.

Sea como fuere, Puigdemont y Junqueras tienen ahora dos vías. O aplican la hoja de ruta que incluye gestos de desobediencia o se sacan del caletre un referéndum que no sea como el del pasado 9-N, en el que por su carácter ilegal sólo votaron los partidarios del sí.

Esa es la parte positiva para el catalanismo. En el plano negativo, la fatiga de las bases, el hartazgo del proceso, el aburrimiento y la constatación de que el viaje a Ítaca de Artur Mas ha encallado ante el retroceso electoral de CDC, la extinción de Unió, la refundación nacionalista, el peso determinante de la CUP y la irrupción en la escena de Podemos, formación que siempre se ha mostrado partidaria de un referéndum, pero con el matiz de que debería ser pactado con "Madrid". Esa es, al menos, la cláusula que mantienen a día de hoy los seguidores de Colau en Cataluña, en sintonía con las teorías de Pablo Iglesias respecto al "tema catalán".

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