Reconozco que me dejé llevar por la lógica, la ética y la moral y, todavía el viernes a primera hora, pensaba que Carlos Mazón iba a dimitir. Quizá no un cese inmediato de su responsabilidad como presidente de la Comunidad valenciana, pero sí un anuncio de dimisión a cámara lenta; con sus tiempos, con sus plazos. Estaba equivocada. Probablemente porque la política no entiende ni de lógica ni de ética.
Mazón se disculpó por los errores, sí, denunció los múltiples y numerosos fallos cometidos, también, señaló sin pelos en la lengua a la Confederación Hidrográfica del Júcar, pero se olvidó del apartado de responsabilidades; las suyas. A cambio, presentó un plan de reconstrucción para Valencia tan ilusionante que, por momentos, parecía que olvidaba las 219 muertes y las decenas de desaparecidos como consecuencia de una Dana mortal cuyo efecto se podía haber atenuado si las cosas se hubiesen hecho de otro modo.
La reacción de Mazón sólo puede explicarse si él mismo ha llegado a la conclusión de que puede salir del trance airoso. Y eso sólo puede suceder si cuenta con el apoyo de su partido y la prensa y medios afines están por la labor de no hacer escarnio público.
Personalmente, creo que Mazón se equivoca y que más tarde o más temprano tendrá que hacer frente a la realidad. Lo peor de todo es que cuando se de cuenta, quizá, sea demasiado tarde para su partido.