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Cuatro claves para no sucumbir a la manipulación de la izquierda sobre los graves disturbios registrados en Francia

La muerte de Nahel, un joven de 17 años al que dispararon cuando huía de un control, ha sido utilizada para tachar a la Policía de racista y violenta.

La muerte de Nahel, un joven de 17 años al que dispararon cuando huía de un control, ha sido utilizada para tachar a la Policía de racista y violenta.
Cuarta noche de violentos disturbios en Francia: saqueos, incendios y enfrentamientos con las fuerzas del orden

La historia detrás de los disturbios que recorren toda Francia cuenta con dos jugosos ingredientes que, lamentablemente, alientan su utilización política y mediática: inmigración y Policía. La muerte de Nahel, el joven de 17 años que falleció la semana pasada tras recibidr un disparo de un agente cuando trataba de huir de un control de carretera sin carné, ha sido utilizada por muchos para denunciar el racismo y la xenofobia de Francia y, particularmente, de sus fuerzas de seguridad, a las que tachan de violentas.

"Estamos viviendo lo que ya vivimos en EEUU con los temas relacionados con la acción policial frente a negros. Recuerdo un caso en el que se descubrió que el policía también era negro, y que los negros odien a los negros parece más complicado", ironiza Florentino Portero, historiador y analista de relaciones internacionales. En este sentido, advierte de que ni siquiera las revueltas originadas a raíz de la muerte de Nahel se pueden explicar apelando únicamente al gran problema migratorio que se vive en el país vecino.

A la falta de integración de aquellos inmigrantes que proceden de antiguas colonias francesas —no sucede así con chinos, portugueses o ciudadanos de cualquier otra nacionalidad—, se suman dos cuestiones que nada tienen que ver con este fenómeno, sino con la historia de un país que tiene en sus genes las llamadas jacqueries o revueltas campesinas de la Edad Media y en el que los ciudadanos —franceses o no— se han acostumbrado en los últimos años "a un nivel de vida que no es viable".

"Como suele ocurrir en ese tipo de cosas, hay distintos planos o estratos, y tan importante es uno como otro", insiste Portero, quien ironiza de nuevo asegurando que, en contra de lo que pueda parecer, los violentos "se están comportando como auténticos franceses: quemar ayuntamientos y quemar alcaldes es una tradición medieval". Afortunadamente, esto ya no es literal, pero en los últimos días se han visto ataques contra las viviendas de varios regidores, contra las que los violentos han lanzado coches en llamas.

La impronta de las ‘jacqueries’

Como historiador, Portero reivindica el pasado para entender el presente. De ahí que, en primer lugar, apele a las ya mencionadas jacqueries, en las que los campesinos atacaban a los señores, quemando todo elemento institucional. "Estas revueltas son una gran tradición y, tanto es así que, Francia, que es probablemente el país del planeta que ha generado mayor y mejor patrimonio cultural, es posiblemente también el país donde el genocidio cultural ha llegado a un índice más alto", explica.

Así, insiste en que, a pesar de que muchos puedan pensar que la culpa es de las invasiones alemanas, "son los franceses los que han llevado a cabo el mayor genocidio cultural de la historia, básicamente en la revolución francesa, llevándose por delante conventos, iglesias, palacios, ayuntamientos… De todo". Y, en este contexto, "esto que estamos viendo ahora es un capítulo más de esta tradición", defiende.

La inmigración colonial

Partiendo de esta premisa, reconoce que es evidente que detrás de todas estas revueltas está una inmigración que tiene un fondo colonial: "No es gente que venga de cualquier sitio, es gente que viene de espacios del colonialismo francés y que no han dado paso a una plena integración". El problema es que estos jóvenes "ya no son marroquíes, ya no son argelinos, pero tampoco son franceses, y viven en unos entornos donde el Estado francés no está presente, igual que el Estado español no lo está en muchos lugares del País Vasco o Cataluña".

Se refiere, en el caso del país vecino, a los entornos de las grandes ciudades que fueron industriales y que, por tanto, atrajeron a un capital humano no muy cualificado para trabajar en las fábricas. "Esa gente no se ha integrado, y no se ha integrado, en gran medida, porque no han querido, pero también porque la sociedad francesa está en una crisis profunda".

Una sociedad acomodada

Así, llegamos al tercer plano: las grandes revueltas que desde hace años se vienen sucediendo en Francia por parte de una sociedad "que está acostumbrada a un nivel de bienestar que económicamente no es viable". Y en este capítulo, el analista cita desde las grandes protestas por el retraso de la edad de jubilación hasta las protagonizadas por los llamados chalecos amarillos, que se extendieron después por otros países europeos. "Esos no eran magrebíes. Es decir, que las revueltas también responden a la negativa de los franceses a hacer los cambios que tienen que hacer para adaptarse a un entorno global y a la revolución digital, pero dentro de esa revuelta general hay una subrevuelta en los entornos de las grandes ciudades, donde tienen una importancia muy, muy grande los sectores de inmigrantes no integrados".

Dichas zonas se han convertido en ciudades sin ley, en las que ni siquiera el sistema educativo francés puede cumplir su función. En este punto, Portero destaca la importancia del Liceo, un sistema público de enseñanza que se creó con el fin de igualar a todos los ciudadanos. "De pronto, los franceses hablan la misma lengua, ya que antes no lo hacían, y tienen un mismo concepto de Francia —explica el historiador—, pero, además, el Liceo es un instrumento de promoción social, ya que dota a cualquier ciudadano de una buena formación de partida y le permite acceder a las universidades o a las grandes escuelas".

Lo que sucede es que, según Portero, "allí donde los inmigrantes no quieren integrarse y se hacen fuertes, el resto de la población huye y se va a otros barrios, y el Liceo que queda en la zona en la que gente que no se integra deja de cumplir su función, deja de crear ciudadanos franceses y deja de permitir a esos jóvenes no solamente integrarse, sino promocionarse".

Policías abandonados

A lo ya mencionado, se suma, además, la gran tensión que se vive en estas áreas y que afecta de lleno a las fuerzas de seguridad. "Este joven no obedeció y el agente disparó. Y yo no conozco la ley francesa y no sé en qué medida la Policía tenía derecho o no a hacerlo, pero lo que sí sé es que estaba bajo mucha tensión —insiste Portero—. Y mientras eso sucede, se está legitimando la revuelta y eso está provocando un malestar entre la Policía francesa, que se va a enterar el ministro cuando les pida ayuda, porque la Policía no se siente protegida por sus autoridades".

El problema es que este sentimiento viene de lejos: "Cuando antes decía que, en estas zonas, el Estado francés no existe, me refería a esto… En los juicios se lavan las manos. Y lo que está haciendo el Gobierno francés no es inteligente, porque toda esa policía, primero, va a votar a Le Pen, porque el Gobierno se está entregando a los revoltosos, cuando ahora más que nunca habría que manifestar la firmeza del Estado; y, segundo, va a dejar de hacer y va a decir que vaya el ministro a poner orden".

En definitiva, la pescadilla que se muerde la cola y que sitúa a Francia en una delicada situación que, sin embargo, el analista, para tranquilidad de todos los españoles, no ve trasladable a nuestro país: "Hoy por hoy, esa población inmigrante ni es tan grande, ni está tan mal integrada como para ser un problema. Ahora. dentro de 50 años, las cosas pueden cambiar".

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