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Tocqueville entre las llamas de Francia

El problema de Francia con los inmigrantes es una combinación vitriólica entre republicanismo dogmático y multiculturalismo relativista.

El problema de Francia con los inmigrantes es una combinación vitriólica entre republicanismo dogmático y multiculturalismo relativista.
Los bomberos apagan un autobús incendiado durante los enfrentamientos entre manifestantes y la policía antidisturbios en Nanterre, cerca de París la noche del sábado. | EFE

Aunque se llama La democracia en América, en realidad Tocqueville estaba pensando más bien en su propio país, Francia. En la transformación de la sociedad aristocrática a la sociedad igualitaria, el aristócrata francés con corazón liberal sabía que la democracia era inevitable. Pero no se hacía ilusiones sobre que la democracia conduciría automáticamente al mejor de los sistemas políticos posibles. Por eso trataba de advertir a sus compatriotas sobre cómo evitar caer en el autoritarismo, sea por un iluminado napoleónico o la tiranía de la mayoría, o la anarquía, el triunfo de la barbarie.

En los años 60, ante la anarquía de la revolución del 68, los franceses le dieron plenos poderes al Napoleón que tenían más a mano, un tal Charles de Gaulle. Medio siglo después, los franceses se enfrentan a un dilema semejante. Antes de decidir, deberían leer a Tocqueville sobre cómo hacer que una democracia funcione al modo liberal siguiendo la plantilla que se encontró en su visita a los Estados Unidos y que sintetizó en el concepto "estado social", una combinación delicada y frágil de leyes, costumbres e ideas.

Estados Unidos era el país en el que más se había desarrollado el espíritu de la igualdad. Pero nos recuerda Tocqueville que la igualdad se puede interpretar como una pasión viril y legítima o, por el contrario, como un sentimiento depravado. La diferencia reside en pretender elevar a los pequeños a la altura de los grandes o, por el contrario, rebajar a los fuertes de manera que la igualdad lo sea en la servidumbre. Es la diferencia entre procurar la igualdad de oportunidades para todos o, por el contrario, pretender que haya discriminación positiva, cuotas de admisión y otros mecanismos socialistas de ingeniería social. Veáse Tribunal Supremo vs. Joe Biden, como representantes paradigmáticos de ambas concepciones respectivamente, la virtuosa y depravada, de la igualdad.

Tocqueville insiste en que la soberanía del pueblo en Estados Unidos se mantiene sobre cuatro pilares, las circunstancias, el origen, la cultura y, sobre todo, las costumbres. El problema de Francia con los inmigrantes que están destrozando el país, sus propios barrios y atacando a las fuerzas de seguridad del Estado, es una combinación vitriólica entre republicanismo dogmático y multiculturalismo relativista. Por un lado, trata de imponer una serie de dogmas que pretenden ser universales pero que, en realidad, forman parte de la idiosincrasia de una tradición particular que surge de lo peor de la revolución francesa, entre la sanguinaria y cruel guillotina y el patético y tenebroso culto a la Razón Suprema. Por otro lado, pretende que todas las culturas son iguales, que cualquier costumbre merece reconocimiento, no solo tolerancia sino incluso respeto.

En Francia la estatización de la sociedad ha llegado a tal punto que el burócrata ha sustituido al ciudadano como soberano, algo que también está sucediendo en la UE. Los ciudadanos de ocho apellidos franceses han tenido la oportunidad durante generaciones de hacerse con el control de la burocracia, participando del sistema de castas en las que reinan las grandes Escuelas. De este modo, en Francia, la sociedad no actúa por sí misma y desde sí misma, sino que tiene una Real Academia de la Lengua que le dice cómo hablar, una Real Academia de la Historia que pontifica sobre su Memoria… y así sucesivamente. Sobre el mundo político americano reinaba el pueblo; sobre el francés, el presidente, una versión laica de un monarca absoluto.

Tocqueville subrayaba que el municipio es el primer elemento de las sociedades que componen los pueblos. Es decir, la democracia americana se construye de abajo-arriba. No es casualidad que el corazón de los disturbios provengan de los suburbios. Francia está desvertebrada porque se construye desde el Presidente hacia abajo, en lugar desde los municipios, suburbios incluidos, hacia arriba. Pero, subraya Tocqueville, los municipios no son meramente un conjunto de leyes, sino sobre todo un entramado de costumbres. Si leyes constitucionales del siglo XXI pretenden funcionar con costumbres comunitarias del siglo XIII, entonces es cuando los suburbios se reducen a "no go zones" donde rige la sharia, los burkas son omnipresentes, el halal es un dogma y no entran ni la policía, ni los bomberos, ni los médicos, ni, en suma, la civilización. Las costumbres se aprenden, como nos enseñó John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance, en la familia y la escuela. La clave de la insurrección que arrasa Francia es si los valores liberales, igualitarios y fraternales que enseña la escuela se sobreponen a los tradicionalistas, machistas y reaccionarios en los que se enculturiza en las familias.

A corto plazo, todo depende de la policía. Pero a medio y largo plazo todo dependerá de la escuela. Como mostraron los hermanos Dardenne en la extraordinaria película El joven Ahmed, en la que un niño es adoctrinado en su mezquita para asesinar a su maestra musulmana que le enseña que es posible un islam pacífico y tolerante, los jóvenes musulmanes van a ser el campo de batalla entre los imanes que los pretenden islamizar y los maestros y profesores que quieren civilizarlos.

Los franceses harán bien en hacer caso de la advertencia tocquevilliana:

Las leyes actúan sobre las costumbres y las costumbres sobre las leyes. En todas partes donde estas dos cosas no se prestan un apoyo mutuo, hay malestar, revolución que desgarra la sociedad.

Mientras, los españoles pongamos nuestras barbas a remojar.

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