
Una de las grandes noticias que nos ha traído el siglo XXI es que el Tribunal Supremo norteamericano ha dejado de estar subordinado a la izquierda para estarlo a la Constitución. El mérito hay que achacárselo, duela a quien fastidie, a Donald Trump, que propuso a jueces que sí creen que la objetividad y la imparcialidad se pueden imponer a los sesgos ideológicos y querencias partidistas. Comprendió Trump que para equilibrar la deriva del Tribunal Supremo desde que Roosevelt lo asaltara bastaba con colocar en el fiel de la balanza a jueces que, frente a los de izquierda y derecha, simplemente se pronunciaran con el espíritu constitucional y el respeto al Derecho.
Tras sentenciar que el aborto no es una cuestión constitucional sino democrática y que depende de la legislación de cada Estado (la prensa "progre" desinformó que se prohibía el aborto en EE.UU., la mayor "fake news" desde Goebbels), el Tribunal Supremo acaba de desmantelar el sistema de admisiones en universidades norteamericanas que privilegiaba a negros y "latinos" sobre blancos y asiáticos. Resulta que un asiático con un diez en su expediente académico podía quedar relegado ante un negro con un 7 debido a que en aras del dogma de la "diversidad" y el dogma de la "inclusión", las universidades norteamericanas, sobre todo las más "obamitas", estaban imponiendo cuotas raciales que harían las delicias de los nazis y su sistema de clasificación de razas.
En EE.UU. se está imponiendo la ideología "progre" a través de las siglas "DEI", que significan diversidad, igualdad e inclusión. En nombre de DEI, la mayor parte de estudiantes de psicología de la Universidad de California (UCLA) han exigido que no se contrate a un profesor porque había denunciado la legitimidad de dicho sistema de exclusión. Y UCLA, un templo de lo que hoy se conoce como ideología "woke" desde finales de los años 60, en lugar de echar a los estudiantes intolerantes y fascistoides se inclinan ante esta farsa de Guardia Roja y no contratan a dicho profesor.
El representante de juez imparcial y objetivo, digamos un anti Baltasar Garzón, es Neil Gorsuch, uno de los seis jueces contra tres que han dictaminado la inconstitucionalidad de clasificar a los estudiantes por razas como si fuesen ganado. Gorsuch se ha referido a las cuotas discriminadoras (a las que la izquierda se refiere orwellianamente como "acción afirmativa") como "esquema de clasificaciones" ideada por burócratas a efectos meramente estadísticos y que jamás debería haberse usado como excusa pseudocientífica racista para seleccionar torticeramente para programas federales.
Hay una razón de fondo antropológica para denunciar la discriminación por razas y es que la raza, a diferencia del sexo, que es bimodal, es plurimodal, un espectro. Obama, por ejemplo, ¿es negro o es blanco? Solo alguien suscrito al Ku Klux Klan o al New York Times lo clasificaría como "negro" dado que su madre es blanca y su padre, negro. ¿Qué es ser "asiático"? ¡Cómo va a contar lo mismo ser coreano, chino, japonés o filipino! Lo que trasluce esta discriminación racial de selección es una visión profundamente racista, condescendiente y victimista, por la que unos se sienten por encima de los demás, mientras que algunos se aprovechan de la victimización. Si la categoría "asiático" es ridícula, imaginen la de "latino", en la que entra un mejicano, un argentino y un español. Total, para el típico anglosajón abonado al New Yorker, España es una provincia de México y la paella el plato típico de Cuba. Por no hablar de que con la ideología "queer" que está arrasando las mentes de los más jóvenes cualquiera puede identificarse con la raza que quiera, simplemente sintiéndose blanco, negro, piel roja, azul Star Trek o iridiscente.
Como ha resumido Gorsuch, tanto Harvard como Carolina del Norte, las dos universidades concretamente demandadas, "consideran la raza en sus procesos de admisión, no hay duda de que ambas escuelas tratan intencionalmente a algunos solicitantes peor que a otros debido a su raza". Nunca tantos debieron tanto a tan pocos asiáticos, cansados de que los discriminen por afrontar los desafíos sociales no con violencia y resentimiento sino con esfuerzo y mérito.