
El Papa visitó el pasado martes el centro Astalli de Roma, el servicio de los jesuitas para los refugiados en Italia. Anexo al centro está situada la Iglesia de Jesús, donde están enterrados el fundador de la orden de los jesuitas, San Ignacio de Loyola, y el creador del servicio a los refugiados, el bilbaíno Pedro Arrupe.
Allí el Papa se mostró categórico: "Queridísimos religiosos y religiosas, los conventos vacíos no sirven a la Iglesia para transfomarlos en hoteles y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo, que son los refugiados". Con estas palabras el Papa pretende enfocar de una forma más directa los conventos a los pobres, para realizar así un servicio social. Este anuncio llega en un momento crucial en el Mediterráneo con el conflicto sirio en la palestra, que origina día tras día cientos de refugiados. En concreto, los refugiados, a raíz de la guerra en Siria, ya suman más de 300.000, según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
El papa Francisco vuelve así a reforzar aún más la misión caritativa de la Iglesia, recalcando en su discurso que "la misericordia, la que Dios nos da y nos enseña, requiere justicia, pide que el pobre encuentre el camino para no serlo más". Además señala que es la Iglesia, junto con las instituciones sociales, son los principales encargados de "que nadie tenga más necesidad de un comedor social, de un alojamiento, de una servicio de asistencia legal para ver reconocido el propio derecho a vivir y trabajar, a ser plenamente persona".
Como no podía ser de otra manera, el Papa no se limita al discurso, sino que también predica con el ejemplo. Llegó al centro jesuita de Astalli a bordo de un pequeño utilitario y sin escolta; rompiendo moldes. Nada más llegar, lo primero que hizo el papa fue saludar a los necesitados del centro, que en ese momento se encontraban comiendo. Ante las 500 personas, entre huéspedes y voluntarios, que se encontraban en el centro, el papa Francisco agradeció y reiteró la importante acción de los voluntarios, recalcando que "la fraternidad es una riqueza, un regalo entre hermanos". El Papa lo resumió, como es característico en él, de forma simple y coloquial: "Basta con llamar a la puerta y decir: 'Estoy aquí. ¿Cómo puedo ayudar?'".
Por último, antes de dirigirse al templo anexo al centro para orar y rendir un pequeño homenaje al bilbaíno Arrupe, creador del servicio de refugiados, el Papa mostró, una vez más, el carácter universal de la Iglesia. Recordó que muchos de los internos en el centro son musulmanes que tuvieron que marchar de sus países por culpa de la pobreza y las guerras, y no por ello deberían sentirse bajo ningún concepto excluidos, ya que la Iglesia no tiene miedo a la diferencia.
