
En el marco de la tradicional Exposición Rural de Palermo celebrada hace algunas semanas el presidente argentino Javier Milei anunció una reducción permanente de las retenciones a las exportaciones agropecuarias, cumpliendo así una de sus promesas más emblemáticas: la de liberar al sector productivo de uno de los mecanismos más confiscatorios y distorsivos del intervencionismo peronista.
Las retenciones —como se denominan en Argentina a los impuestos a la exportación— han sido durante años un símbolo del modelo económico estatista. Se trata de un tributo que grava directamente las ventas al exterior, restando competitividad a los productores, penalizando la generación de divisas y minando el dinamismo de uno de los sectores más eficientes del país: el agro.
El decreto presentado por Milei establece una baja escalonada y permanente de las retenciones sobre varios productos clave:
- La soja, principal cultivo argentino, pasa de tributar un 33 % a un 26 %.
- El maíz baja del 12 % al 9,5 %, y el girasol, del 7,5 % al 5,5 %.
- Las carnes y derivados también ven reducciones, en torno al 20 %.
- La harina y el aceite de soja, de gran valor agregado, bajan del 31 % al 24,5 %.
En conjunto, el recorte alcanza un promedio del 20 % para granos y 26 % para la carne, y se aplica de forma inmediata y permanente.
Para los productores, el impacto no es menor: se estima un aumento directo de ingresos por tonelada exportada de entre 7 y 25 dólares, dependiendo del cultivo. En el caso del maíz, por ejemplo, el efecto neto puede equivaler a un incremento del 10 % en márgenes operativos, según cálculos del IERAL (Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana).
Un impuesto que en España no existe —ni existiría
En España, los impuestos a la exportación no existen, ni podrían existir bajo la normativa europea. El principio de libre comercio exterior y la unión aduanera de la UE prohíben expresamente aplicar aranceles o tributos discriminatorios a las ventas al exterior.
A diferencia de Argentina, donde el Estado se queda con una porción de cada tonelada exportada, en España se incentiva que las empresas compitan en el mercado global. Imponer una retención a las exportaciones sería considerado un ataque directo a la competitividad nacional y al marco de libertad económica que rige en Europa.
Por eso, cuando los españoles leen que un productor argentino tributa más del 30 % de su facturación bruta al exportar soja o carne, la cifra resulta difícil de asimilar. Para ponerlo en contexto: sería como si el Estado español se quedara con un tercio del valor de cada jamón ibérico exportado, o si cobrara un 25 % de cada botella de vino que llega a mercados internacionales. Inaceptable.
Un giro de 180 grados
La medida anunciada por Milei contrasta con la historia reciente de Argentina, donde los gobiernos kirchneristas elevaron año tras año las retenciones bajo el argumento de "redistribuir" y "proteger el mercado interno". Sin embargo, el resultado fue el contrario: pérdida de competitividad, caída de exportaciones, menor inversión, cierre de tambos y frigoríficos, y una fuga constante de capital humano del sector rural.
Los datos económicos acompañan el optimismo del gobierno para seguir avanzando en esta línea. Su administración ya ha levantado el cepo cambiario y eliminado el Impuesto PAÍS que afectaba a las importaciones del sector primario facilitado el ingreso de fertilizantes o maquinaria. Asimismo, ha desregulado parcialmente los mercados agroindustriales.
En paralelo, los datos macro no pueden ser más halagüeños:
- La economía crecerá en torno al 5 % en 2025, según las proyecciones del FMI.
- La inflación, tras años de triple dígito, se ha desacelerado por debajo del 2 % mensual y se mueve en tasas anuales de poco más del 35%, frente a niveles del 200% al comienzo de su mandato.
- El Ejecutivo ha conseguido un superávit fiscal en todos y cada unos de los meses desde que Milei llegó al gobierno.
- La deuda pública, lejos de aumentar, ha empezado a descender tras la renegociación con el Fondo Monetario y el freno a la emisión monetaria.
Argentina, que durante décadas fue un caso de estudio del fracaso intervencionista, empieza a ofrecer señales de una recuperación basada en menos Estado, más mercado.

