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Se cumple el centenario de Margaret Thatcher: así cambió la economía de Reino Unido

El legado de Thatcher, la Dama de Hierro que cambió Reino Unido con reformas liberales, sigue vigente cien años después de su nacimiento.

El legado de Thatcher, la Dama de Hierro que cambió Reino Unido con reformas liberales, sigue vigente cien años después de su nacimiento.
Margaret Thatcher. | Archivo

El 13 de octubre de 1925 nació Margaret Thatcher, la mujer que cambió para siempre la política británica y que pasó a la historia como la Dama de Hierro. Dentro de un mes, se cumplirán cien años de su nacimiento, y el recuerdo de su mandato sigue despertando pasiones, pero también ofrece una lección indiscutible: el Reino Unido supo salir de la decadencia gracias a un programa de reformas liberales que hoy constituye uno de los grandes hitos económicos del siglo XX.

En la década de 1970, la situación del país era crítica. La inflación se había disparado por encima del 20%, el sector público absorbía un tercio de la fuerza laboral, las empresas estatales acumulaban pérdidas y los sindicatos bloqueaban cualquier intento de reforma.

La prensa internacional bautizó al Reino Unido como "el enfermo de Europa", y no faltaban motivos: incluso el Fondo Monetario Internacional tuvo que acudir en rescate del Tesoro británico en 1968 y 1976 para evitar la quiebra. Fue en ese contexto cuando Thatcher accedió a Downing Street en 1979 con un propósito claro: recuperar la estabilidad y devolver la confianza a una nación que parecía condenada al declive.

Su primera batalla fue contra la inflación. Convencida de que no había prosperidad posible sin estabilidad de precios, impulsó una política monetaria restrictiva, permitió que los tipos de interés subieran y redujo la expansión crediticia del Banco de Inglaterra.

El coste inicial fue una recesión que castigó a su Gobierno en las encuestas, pero el tiempo le dio la razón: los precios dejaron de crecer de manera descontrolada y la libra esterlina recuperó credibilidad. Thatcher prefirió asumir la impopularidad a corto plazo antes que hipotecar el futuro con parches ineficaces.

El pulso con los sindicatos

El segundo frente fue el sindical. En los setenta, las centrales de trabajadores se habían convertido en un poder paralelo, capaz de paralizar sectores enteros y condicionar la vida política.

El pulso con los mineros se convirtió en símbolo de su mandato. Thatcher resistió, no cedió a las presiones y consiguió reducir drásticamente la conflictividad laboral. Los más de doce millones de jornadas perdidas por huelgas a comienzos de los ochenta fueron disminuyendo año tras año, debilitando a unos sindicatos que habían impuesto su ley durante demasiado tiempo.

Ese cambio permitió dar un paso más: las privatizaciones. El Reino Unido acometió uno de los procesos de liberalización más ambiciosos de Occidente. Empresas como British Airways, British Telecom, Jaguar, Rover o Rolls Royce dejaron de estar en manos del Estado y pasaron a ser gestionadas por el sector privado.

El gran acierto de Thatcher fue que no planteó las privatizaciones solo como un ajuste contable, sino como un proyecto de transformación social. Promovió lo que llamó "capitalismo popular": miles de ciudadanos y trabajadores adquirieron acciones de las compañías, lo que multiplicó por cuatro el número de británicos con participaciones bursátiles. La vivienda pública también se transfirió en condiciones ventajosas, creando millones de nuevos propietarios.

A todo ello se sumó la revolución fiscal. El sistema impositivo británico castigaba el esfuerzo y desincentivaba la inversión. En 1979, el tipo máximo del IRPF era del 90%, una cifra confiscatoria que Thatcher y sus cancilleres Geoffrey Howe y Nigel Lawson redujeron de manera progresiva hasta el 40%.

El tipo medio también cayó, del 33% al 25%, mientras el Impuesto de Sociedades pasó del 50% al 35% y el IVA se simplificó en torno al 15%. Lejos de hundir la recaudación, estas rebajas estimularon la actividad económica y produjeron un efecto Laffer: la recaudación tributaria creció en términos absolutos, al tiempo que la presión fiscal se reducía del 38% al 35% del PIB.

Una economía transformada

Los resultados fueron contundentes. Durante los años ochenta, el PIB per cápita creció un 35% y el ritmo medio de crecimiento superó el 3%, frente al 2% de la década anterior. El déficit público desapareció en 1985, la deuda cayó del 50% al 30% del PIB y el gasto del Estado se redujo del 48% al 38%.

El Reino Unido dejó de ser el "enfermo de Europa" y se convirtió en referente de modernización liberal, inspirando procesos de reforma en otros países.

Más allá de los datos, el gran triunfo de Thatcher fue devolver la confianza a una nación que parecía resignada a su decadencia. Su apuesta por la estabilidad, la competencia y la propiedad privada transformó la cultura económica británica y demostró que la disciplina y la claridad de ideas podían más que la resignación al declive.

Al cumplirse un siglo de su nacimiento, la herencia de la Dama de Hierro sigue siendo objeto de debate, pero nadie discute que logró cambiar el rumbo de su país.

En un tiempo en el que muchos gobiernos parecen limitados a gestionar inercias, su ejemplo recuerda que las reformas de fondo, aunque difíciles y arriesgadas, pueden generar un círculo virtuoso de prosperidad. El Reino Unido del siglo XXI sigue viviendo en buena medida de aquel giro que, hace cuarenta años, permitió a Thatcher pasar de la retórica a los hechos y transformar radicalmente la economía británica.

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