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Quito, otro fiasco de la guerra al coche: así fracasan las restricciones al vehículo privado

Las limitaciones al vehículo privado tampoco funcionan en la capital de Ecuador.

Las limitaciones al vehículo privado tampoco funcionan en la capital de Ecuador.
Quito, otro fiasco de la 'guerra al coche': así fracasan las restricciones al vehículo privado | Unsplash/Matt Boitor

Europa y España viven inmersas en una ofensiva política contra el vehículo privado. Las Zonas de Bajas Emisiones, los peajes urbanos, las prohibiciones de acceso y las crecientes restricciones al uso del coche se imponen como si fueran fórmulas mágicas. Todo se justifica bajo una promesa: menos coches, menos tráfico, menos contaminación. Pero, ¿qué nos dicen los experimentos internacionales sobre esta apuesta?

Un ejemplo poco conocido —pero revelador— nos llega desde América Latina. Quito, la capital de Ecuador, implementó hace más de una década el sistema Pico y Placa, que prohíbe circular a los vehículos particulares en determinados días y franjas horarias según el número de matrícula. Aparentemente, podría parecer que el balance es positivo: durante las horas restringidas, el tráfico baja un 8 % por la mañana y un 12 % por la tarde. Hasta aquí, todo encaja con el guion – pero los datos completos cuentan otra historia.

El tráfico no se elimina: se desplaza

Un estudio publicado por la Universidad Internacional de Ecuador (UIDE) detalla lo que realmente ocurre en la capital del país andino: en las dos horas previas a la restricción, el tráfico privado aumenta en un 8 % y el de motocicletas en un 29 %, con relación a un escenario sin regulación. Es decir, miles de conductores adelantan sus desplazamientos para evitar la multa. El resultado es que las vías se saturan antes del inicio oficial del "Pico y Placa".

Después del horario restringido, el volumen de vehículos se recupera rápidamente, hasta alcanzar niveles similares a los previos. Peor aún: el tráfico se desvía hacia calles secundarias y vías alternativas, lo que redistribuye la congestión, generando nuevos puntos de colapso en barrios que antes no lo sufrían.

¿Y las emisiones? Aquí el relato oficial también hace aguas. Según un informe técnico de la Red Metropolitana de Monitoreo Ambiental de Quito (REMMAQ), sí se aprecia una reducción del monóxido de carbono (CO) de entre el 9 % y el 11 % durante las horas pico. Sin embargo, cuando se mide la contaminación en escalas diarias o semanales, el impacto desaparece.

El mismo informe explica que la reducción sostenida de contaminantes como el CO o el SO2 desde 2003 no se debe al Pico y Placa, sino a otras políticas públicas:

  • La introducción de combustibles con bajo contenido de azufre, especialmente en el diésel.
  • La modernización tecnológica del parque automotor, con motores más limpios y menos uso de carburadores.
  • La obligatoriedad de la revisión técnica vehicular (algo así como la ITV), que retira de circulación vehículos muy viejos que, por definición, son más contaminantes.

Así, la UIDE advierte que el "Pico y Placa" fue efectivo únicamente durante los primeros tres años de aplicación. Con el tiempo, su impacto se diluyó: el número de vehículos siguió creciendo, las rutas alternativas se saturaron y el transporte público no logró absorber la demanda desplazada. Como señala su estudio, la política quedó obsoleta en términos de eficacia ambiental y funcionalidad urbana.

El caso español

Y mientras tanto, en Europa y, especialmente, en España, los ayuntamientos siguen adelante con restricciones crecientes, repitiendo con entusiasmo todos los errores que Quito ya vivió. No se incentiva la renovación del parque automotor y, de forma activa, se limita el uso del coche sin ofrecer alternativas reales.

Así las cosas, y al igual que en Quito, la experiencia europea y española muestra que, con frecuencia, el tráfico no desaparece, sino que se reacomoda, es decir, se adelanta, se retrasa, se desvía a otras zonas... En el caso de Madrid, por ejemplo, hay evidencia de más tráfico (y, por lo tanto, más emisiones) en las calles adyacentes a Madrid Central (por ejemplo, el nodo Princesa-Colón).

La experiencia de Quito desmonta los dogmas progresistas: restringir el coche no garantiza menos tráfico ni menos emisiones. Cuando no se aplican políticas complementarias —renovación tecnológica, incentivos, mejor gestión del transporte—, todo queda en castigo simbólico y propaganda verde, amén de más restricciones a la movilidad y el consecuente paso atrás en términos de comodidad y conveniencia.

España aún está a tiempo de corregir el rumbo. Basta con escuchar lo que otras ciudades están aprendiendo por las malas, como es el caso de Quito.

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