
El economista Benito Arruñada publica La culpa es nuestra (La esfera de los libros, 2025), un extenso y muy interesante ensayo donde no duda en poner encima de la mesa una tesis incómoda: a saber, que las instituciones y políticas que sufrimos no son un accidente, sino el reflejo de lo que, en promedio, preferimos como sociedad. No nos gobiernan, pues, alienígenas ajenos a las opiniones predominantes de la ciudadanía, sino políticos que, por oportunistas que puedan ser, toman como principal referencia los valores y posicionamientos que revelan las encuestas y los resultados electorales.
"Existe una correlación bastante aparente entre las preferencias demoscópicas que expresamos, por un lado, y las instituciones que nos damos y las políticas que aplicamos", explica Arruñada en el marco de la presentación de su libro, en la Fundación Rafael del Pino. "Incluso las diferencias de preferencias respecto a otros países europeos se correlacionan con diferencias en las políticas y las instituciones", añade el catedrático.

Destacado académico de la Universidad Pompeu Fabra, el autor detecta "tres rasgos muy arraigados entre los españoles: estatismo, presentismo y aversión a la competencia. Lo primero significa que, ante todo, se prioriza la acción del Estado. Lo segundo señala que se prioriza continuamente el hoy frente al mañana. Lo tercero implica que una y otra vez se promueven mercados muy intervenidos".
El déficit crónico
En el ámbito de las finanzas públicas, conecta el "déficit crónico" con el polémico diseño de nuestro sistema tributario: "los historiadores económicos han reconocido este fenómeno, sin duda siempre hemos sido uno de los países con un sistema de gasto más deficitario y siempre hemos tenido una deuda pública muy grande… Pues bien, esto se corresponde con nuestras preferencias y también con nuestro día a día como ciudadanos. Es así de sencillo. Y esa mentalidad se traslada a nuestra fiscalidad, que de hecho es incluso onerosa para personas con niveles bajos de renta, lo cual es coherente con el igualitarismo y la aversión a la competencia que revelan las encuestas. Parece preocuparnos más que no le vaya demasiado bien a nuestros vecinos de escalera que el bienestar agregado de la sociedad".
"Da toda la impresión de que la preocupación del español medio está en el bienestar de sus iguales. Esa aversión a la competencia puede explicar anomalías de nuestro sistema fiscal, que castiga sistemáticamente a quien se mueve y a quien se esfuerza. En el IBI y el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales se ve claramente la diferencia, el primero es mucho más bajo que el segundo. ¿A quién castigamos? A la gente que se mueve, a la gente que se esfuerza", apunta. Su diagnóstico también aplica al sistema educativo, donde "en buena medida, se castiga el esfuerzo, se perjudica a la gente que quiere destacar. Es una falsa igualación".
Comentando los ataques a Madrid por implementar una política más liberal, Arruñada reflexiona oponiendo el desarrollo entusiasta de las autonomías con las críticas que luego genera el hecho de que una de ellas no siga el camino intervencionista de las demás: "nos hemos gastado una fortuna en un sistema costosísimo de autonomías. ¿Para qué? Para darnos el lujo de desarrollar la identidad. Pero luego, en cuanto una autonomía intenta hacer cosas distintas, la gente se enfada. Todo el mundo quiere hacer lo mismo. Y si es para hacer lo mismo, ¿para qué queremos autonomías? No queremos competir ni diferenciarnos".
¿Podrían situarse por encima de estos problemas unas élites convencidas de que es preciso desarrollar políticas menos intervencionistas, más conscientes del futuro y más amables con la competencia? Arruñada opina que "el despotismo ilustrado tiene varios problemas. Tenemos la seguridad de que va a ser despótico, pero ninguna seguridad de que vaya a ser ilustrado. Además, el mayor ejercicio de despotismo ilustrado en España en las últimas décadas quizá fueron los años 80. Se hicieron reformas que hoy juzgaríamos eficientes y saludables: reforma de alquileres, liberalización del comercio… ¿Y qué pasó? Que las reformas buenas, que probablemente no encajaban con la mentalidad de la época, empezaron a revertirse en pocos años. El propio gobierno González dio marcha atrás. Sin embargo, otras reformas institucionales claramente negativas, como las adoptadas en justicia, en universidades o en la propia Administración, se han quedado en pie. Eso ilustra muy bien lo que nos depara el despotismo ilustrado".
Para el autor, "decir que tenemos mala suerte en la selección de líderes es excusa de mal pagador. Los propios votantes reconocen que eligen a los líderes por afinidad y por razonamientos emocionales. Elegimos peores líderes. En parte porque queremos tener líderes que sean "de los nuestros" y no verdaderos déspotas ilustrados, a los que no nos fiaríamos de dejarles demasiado margen".
El problema de la educación
Al mismo tiempo, defendió que la ignorancia política no es solo un fallo del sistema educativo, sino una reacción racional, como ya planteó en su momento Bryan Caplan en El mito del votante racional. Para Arruñada, "el ciudadano tiene incentivos para formarse y ser un buen fontanero, un buen economista o un buen periodista, porque el rendimiento de esa formación la apropia él mismo. Pero no tiene incentivos para formarse sobre la cosa común, porque si acierta con qué leyes conviene desarrollar, el beneficio lo comparte con todos sus conciudadanos. En política, lo económicamente racional es ser un ignorante". Eso no significa que la educación formal sea la solución mágica: "Los cursos de economía de bachillerato son un desastre. En lugar de enseñar economía, enseñan ideología en el peor sentido de la palabra. La educación formal, tal y como está planteada, no vale como remedio".
"Yo no me escondo. Soy liberal. Quiero una economía mucho más de mercado que privilegie al individuo sobre el Estado y un Estado mucho más parecido al del siglo XIX. Probablemente los ciudadanos españoles no quieren eso. Perfecto. Lo único que pido es que no les engañemos, que los costes sean claros y que elijan sabiendo a qué se atienen. Esta especie de socialdemocracia mediterránea en la que vivimos tiene una característica central: se dedica siempre a esconder el coste de las reformas. Promete lo imposible y luego esconde el coste al ciudadano. Se vende muy bien, pero es inviable", lamenta.
"En España aprendimos muy rápido a hacer que la declaración de la renta saliera "a devolver". Hemos convertido el IRPF en un premio. Nadie sabe realmente cuánto paga. En la Seguridad Social, hablamos de "cuotas a cargo del empleador", como si no formaran parte del salario del trabajador. Nadie sabe lo que realmente gana... Los daneses financian la Seguridad Social con impuestos, sin grandes cotizaciones sobre el trabajo. Los suizos pagan directamente su IRPF, sin retenciones, y saben exactamente cuánto pagan. Nosotros somos especialistas en ocultar costes. Somos especialistas en mentirnos. Si queremos hacer algo, tenemos que trabajar más en reformas que afecten a la conformación de preferencias y, sobre todo, en instituciones que hagan visibles los costes y los beneficios de nuestras decisiones colectivas. Como mínimo, que no nos mintamos más", sugiere.
Pero, en su opinión, la "culpa" no es solo de las masas ni de las élites políticas, sino también de la élite intelectual: "A muchos intelectuales les cuesta digerir que el accionista final del sistema es el votante. En el fondo, aspiran a ser una élite alternativa. Todo ello con la problemática de que no tenemos un mercado de ideas suficientemente competitivo, es muy estrecho, lo que nos hace más vulnerables a la intervención del Estado, a la televisión pública y a la publicidad institucional, que se presentan como instrumentos de "educación cívica" y terminan siendo otra cosa".



