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La insoportable levedad del PCE

Manifestación aburrida, lenta y con una media de edad de unos sesenta años. Mayoría comunista, mucho retrato y antifranquismo de salón. La consigna estrella: “Esperanza dimisión”.

Si algún día designasen un manifestódromo oficial en Madrid, éste habría de ser el tramo que va de la Cibeles a la Puerta del Sol. Todas (o casi) las manifestaciones pasan por ahí desde que Madrid es Madrid. Por eso los especialistas en manifas se conocen ese trozo de calle Alcalá como el patio de su casa… los especialistas serios, quiero decir, entre los que no figuran las oxidadas mentes del PCE, antaño juvenil y callejero, hoy senil y sedentario.

La manifestación de apoyo a Garzón empieza a las seis y media. Media hora antes un grupo muy nutrido se apiña en la esquina del Banco de España. Una señora, frisando ya la setentena se encarama a la escalera del bando junto a su compañera de manifestación y se dice convencida: “mira, aquí estamos muy bien, porque yo donde más segura me siento es en las manifestaciones, rodeada de mi gente”. La mujer está eufórica, ha salido a echar la tarde, –soleadísima, por cierto– en el centro y no ve la hora de empezar a caminar hacia la Puerta del Sol con su banderín de la República y un cartel amarillo, obsequio del diario Público, que muestra el Franco fondón y omnipotente de sus mejores años. “Luego, cuando termine, merendamos”, remata con una sonrisa.

Justo enfrente, sentada en un banco, una señora argentina, madre-abuela de la Plaza de Mayo, uniformada para la ocasión recibe muestras de apoyo por parte de unos desconocidos para quienes saludar en persona a toda una “Madre” ya compensa el viaje en Metro y la subsiguiente caminata. No muy lejos, a cinco pasos, un anciano monta un tenderete con fotos y retratos de la Pasionaria, Miguel Hernández, Largo Caballero y toda la apolillada iconografía republicana. A su lado, otro anciano –este incluso más– apoya sobre una papelera un taco de ejemplares de Mundo Obrero. “¡Oiga, joven!, ¿conoce este periódico?” “Sí, claro, mi abuelo era suscriptor”, le respondo sabiendo que esa confidencia le iba a gustar. “Pues llévese uno porque hay que seguir a la familia”, me dice. “No, yo me he hecho anarquista”, replico. "Pues muy mal, los anarquistas son agentes del capital". De Garzón, ni sabe ni le interesa lo más mínimo.

A eso de y cuarto el personal se impacienta y se echa sobre el paso de cebra para no moverse de ahí. Los policías nacionales no saben muy bien que hacer, el tráfico se detiene y de las aceras empiezan a salir Indalecios Prieto en miniatura que increpan a los agentes por no haber cortado la calle antes. “¡Esto es cosa de Esperanza Aguirre!, ¡Si el Gobierno tuviese lo que hay que tener la ponía en su sitio!... ¡nos quieren boicotear!” gritan por aquí, por allá y desde el seto de la mediana los indignados garzonitas. “¡Ahora nos llamarán antisistema!” dice uno en voz alta a tres centímetros y medio de mi oído. Sí, antisistema auditivo.

Y así, con dos gritos y unos jubilados en la calzada ha empezado la manifestación. La pancarta principal, la del Star System de la ceja está más arriba, casi en la confluencia con la Gran Vía. Es negra, demasiado larga y con los zejateros desperdigados. Así no hay quien haga una foto. Están, además, casi todos de mal café, como si les hubiesen levantado de la siesta con un bocinazo, que a lo mejor. La excepción es José Sacristán, antifranquista temible cuando había que serlo, en el rodaje de Sor Citroën, y ahora, a sus sesentaypico, con más decisión si cabe porque si se descuida la Falange va y gana las elecciones.

El sindicato y la Zeja

La gente se arracima en torno a la pancarta con sus camaritas de bolsillo para inmortalizar a la Bardem…”¡Pilar, eres una fenómena!”. El servicio de orden, muy de sindicato y megáfono, de los que llaman compañero a todo el mundo, contiene la avalancha, pero aquello es un desastre. Por suerte no hay demasiada gente y puede uno salir bien librado calle arriba paseando entre el gentío, que ni corea consignas, ni canta La Internacional ni nada de nada. Sólo fuman y hablan de sus cosas. Una decepción. En aquel yermo manifestacionil aparece un oasis. Un individuo se ha subido al ascensor de un parking con una bandera de la República de grandes dimensiones. La ondea con arte, como si estuviese en el tejado del Reichstag el día de la conquista de Berlín. “Es Jaume, sabes, muy republicano”, me sopla por detrás un espectador. Cabriola va, cabriola viene con la bandera y ¡zas!, se cae encima de un fotógrafo que acusa el golpe y se aparta. “Jaume, tómate un descanso” le dicen desde abajo, pero él nada, inasequible, sudando como un pollo, poseído por una energía sobrehumana sigue dale que dale con la bandera. Si se proclamase la República a este deberían darle un empleo fijo para menear la tricolor ocho horas al día en la plaza de Colón.

Un espontáneo ondeando una bandera de la II República durante la manifestaciónProsigo la marcha, cada vez hay más calvas y confirmo mi sospecha de que la edad media de los manifestantes ronda los sesenta años, lo cual me parece estupendo porque pasear es muy sano. Muchos llevan retratos de víctimas de la guerra y del franquismo con sus nombres debajo. Desde lejos parece una de esas manifestaciones de los años 30 en las que había unos portaefigies que caminaban orgullosos con las caras de los líderes a cuestas: Marx, Lenin, Stalin, José Díaz, Largo, Azaña no que era un reaccionario. La izquierda siempre ha sido muy retratera y muy de rendir culto a la personalidad. El socialismo en realidad consiste exactamente en eso, en someter la voluntad propia a la del político retratado, necesariamente más listo y clarividente que uno mismo.

En la manifestación pro Garzón, tan pródiga en retratos, no hay ninguno del juez. Ni pequeño ni grande ni en pin. Nada. “Mira, estamos aquí por las víctimas del franquismo” me dice una señora, “porque se tiene que hacer Justicia y condenar a los culpables”. “¿Y si los culpables han muerto?”, inquiero. “No, no, están vivos, ahí está Fraga, y Aznar…”, “¿y Esperanza Aguirre?”, pregunto para completar la lista. “Sí, esa también, que es marquesa”. 

¡Esperanza dimisión!

La marcha prosigue mortecina y lenta interrumpida sólo por algún “¡Viva la República!” cuando se vuelve a armar. En la esquina de la Puerta de Sol con la calle de Alcalá hay aparcado un autobús de la Cruz Roja para los donantes de sangre. Un grupo la toma con él. Dicen que los del PP lo han puesto ahí para estorbar y boicotear la manifestación. “¡Es una vergüenza, una provocación!”. Por un momento me dejo llevar y pienso que se va a liar parda, pero miro a mi alrededor y me persuado de lo contrario. Su única opción para crear un motín revolucionario es tirarle la dentadura postiza al ojo del policía municipal que custodia la puerta del bus con la porra envainada. Y, claro, eso ni se les pasa por la cabeza. Con un “¡Esperanza dimisión!” entonado a coro se conforman. “Ella nos ha puesto el autobús aquí pa jodernos, porque sabe que esto es ya imparable y no vamos a parar hasta la Zarzuela” me asegura un prejubilado a fuer de “sindicalista de toda la vida”.

La manifestación es tan soporífera no por la edad de los manifestantes, que también, sino –y principalmente– porque la izquierda de verdad, la de verdugo, botellazo, okupa y perroflauta tocando el caramillo no ha hecho acto de presencia. La izquierdaza aborrece a Garzón por las operaciones contra la ETA que montó hace unos años. Este tinglado, montado a dubis entre Zapatero y Rubalcaba, sólo convence a los de la ceja, a los sindicatos y a esta gente del PCE, convertido ya en asilo del socialismo gobernante. Les han colocado lo del franquismo y todos tan contentos, porque, ¿quién puede oponerse a la magia del antifranquismo retrospectivo?

Después de hora y media de paseo da comienzo el acto cumbre, los discursos de dos dilectos representantes del mundo de la cultura, el de un represaliado muy de moda últimamente y, de relleno, un extranjero que habla como Nat King Cole. Todo muy soso, muy previsible, hasta el "no pasarán" suena impostado. Los portavoces aligeran el trámite y cada uno a su casa… o a merendar

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