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Es muy probable que a estas alturas, por culpas propias y ajenas, algunos no estemos seguros de lo que es un juez. Parece evidente que no es legislador ni que su cargo esté concebido para dar rienda suelta a ocurrencias o genialidades.

La última sentencia del Tribunal Supremo rebajando la pena a un hombre que abusó de una niña deficiente mental introduciéndole los dedos en la vagina, ha dado mucho que pensar. Según algunos colectivos de mujeres, escribir que la conducta del agresor no fue “especialmente vejatoria”, que los dedos son instrumentos “inanes” y que el trastorno de la menor “no el privaba totalmente de capacidad para decidir sobre su comportamiento sexual”, es garabatear el muy noble papel de oficio. Tampoco faltan quienes preguntan ¿a qué tanta pirueta mental? Ante el desconcierto e inquietud que sentencias como esta producen en la sociedad, no es raro que la gente diga que los magistrados han perdido el juicio.

Que yo sepa, es la tercera sentencia que se dicta en el mismo sentido y, al igual que entonces y con los mismos respetos, discrepo de la doctrina mantenida. Ignoro si los dedos son “objetos inanes(sic)” pero lo que no son es cosa vana, fútil o inútil para la degradación o vejación de la víctima y creo que quien tan mal uso hace de ellos merece un severo reproche de antijuricidad.

En fin, piensa un colega. Aunque la sentencia de marras es del Supremo, sus magistrados, como cualquier mortal, también pueden equivocarse.