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Diana Molineaux

La segunda vuelta

George Bush y al Gore vuelven a enfrentarse en una situación exactamente inversa a la de la semana pasada: en este segundo debate presidencial, el favorito ya no es Gore, sino Bush, aunque la diferencia se mantenga en ambos casos dentro del margen estadístico de error.

Esta vez, los dos candidatos presidenciales estarán sentados con el moderador en torno a una mesa. Este formato, semejante a una conversación de café, favorece al estilo informal del republicano George W. Bush. En el debate de la semana pasada el formato favorecía al estudioso vicepresidente Gore, quien procuró lucir sus conocimientos en el esquema rígido de preguntas y respuestas, con los dos aspirantes a la Casa Blanca separados en dos extremos de la sala y mirando al público y las pantallas.

En teoría, la situación habría de ser mucho peor ahora para Gore: si perdió lastimosamente por motivos de personalidad cuando el debate se centraba en temas, está en mayor peligro en un formato informal. Pero aquí Bush se encuentra en una situación paralela a la de Gore la semana pasada, pues ahora que las preferencias personales están ya claras, el interés puede centrarse sobre conocimientos y experiencia. Especialmente ante la crisis del Oriente Medio, Gore querrá llevar la conversación a la política internacional, poner de manifiesto el escaso dominio de Bush y apelar a la preparación que sus 8 años como segundo en la Casa Blanca le ha dado para ponerse al timón en momentos difíciles.

Los números indican que cualquier cosa puede inclinar la balanza en uno u otro sentido: Bush va por delante entre 1 y 5 puntos según las encuestas, sigue dominando entre los hombres y los blancos por márgenes de más de 12 puntos y perdiendo entre las mujeres por unos 10. Además, ambos candidatos son vistos de forma favorable por casi el 60% y desfavorable por cerca del 35%. La principal mejora de Bush en los últimos días está en California, la más preciada de las joyas electorales, donde la ventaja de Gore se ha reducido a tan solo 6 puntos y permite a Bush abrigar alguna esperanza de ganar los 54 votos del estado. Si no lo consigue, tal vez pueda, al menos, asustar a Gore lo suficiente como para obligarle a desviar varios millones de dólares para publicidad en California, en vez de gastarlos en los estados indecisos en que probablemente se decidirá la elección.

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