Como antiguo alumno de colegio de jesuitas, me resultaba difícil comprender la definición del término jesuita que es común en países como Inglaterra y Francia, donde se identifica con doblez, falsedad –sobre todo intelectual– e hipocresía al servicio del poder.
Mi experiencia, lo que fui capaz de asimilar en mis tiempos de estudiante, era la que correspondía a un grupo de religiosos –con las excepciones debidas, por supuesto– en su mayoría antifranquistas, preocupados –y desinformados– sobre el mejor sistema para repartir la riqueza entre los pobres, desconocedores de lo que significaba el Estado de derecho y la economía de mercado, pero decididos a lograr la justicia ya en este mundo. Su pecado no era el modernismo, sino la incomprensión de cómo se generaba la riqueza y la pobreza en cualquier sociedad, a la que superponían su voluntad de justicia, en la mejor de las tradiciones del fiat justitia pereat mundum.
Hasta que he leído la carta del provincial de los Jesuitas de Loyola, Echarte, de quien depende Deusto, cuya capilla se negó para celebrar una misa en recuerdo de Gregorio Ordoñez, como ha contado su propia hermana –“por ser un acto del PP”– . En dicha misiva explica, con toda la afectación y untuosidad que sólo los grandes hipócritas son capaces de conseguir, que su labor pastoral no le permitía celebrar dicha misa por la necesidad de mantener la neutralidad política.
El ex-padre Arzallus y Echarte no se entienden el uno sin el otro. No en vano, en Deusto oficia Arzallus. Del franco-británico Echarte da algunos otros datos Alfonso Ussía en el periódico ABC (1/02/2001).
Yo hubiera preferido conservar de los jesuitas el recuerdo de sus deseos de justicia, aún trufados de marxismo sociológico, que haber tenido que comprender –bastante tarde en la vida– el significado europeo del término.

Jesuita

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