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Gentlemen’s agreement

Imaginemos que me llama Steven Spielverg desde Hollywood y me dice: “Charlie –los gringos son así–, estoy preparando una película sobre Alfred Sirven, ¿tienes alguna idea?” Imaginemos que le contesto que la parada y fonda carcelaria de Sirven en Frankfurt, en vez de ser resultado de divergencias y mala coordinación de las autoridades francesas y alemanas tiene otras razones.

Por ejemplo: ¿Por qué un vuelo Manila-Frankfurt, en vez de uno Manila-París? ¿Por qué lo han guardado cuatro días en una cárcel alemana? Y otra preguntas sin respuesta, ¿no se trataría de una hábil maniobra? Me explico: si Sirven llega directamente a París, tras su arresto en Filipinas, hubiera sido muy difícil evitar que fuera inmediatamente interrogado por los jueces Eva Joly, Laurence Vichnievsky y Renaud Van Ruymbeke, encargados del sumario. Hubiera ocurrido antes de que se hubiera logrado llegar a un acuerdo con el fugitivo. Hay que tener muy en cuenta que estos jueces tienen fama de incorruptibles; Eva Joly ha escrito recientemente un libro para denunciar las cortapisas y bloqueos ministeriales, judiciales y policiales cuando se intenta investigar sobre corrupción política en Francia.

Ya que se ha puesto de moda poner títulos en inglés a películas españolas, yo a eso lo llamo Gentlemen’s agreement, aunque de caballeros, nada. Durante unos cuatro días en una cárcel de Frankfurt, Sirven no recibió la visita de ninguno de esos jueces, en cambio sí la de una de sus hijas y la de dos abogados suyos, uno francés y otro alemán. ¿Cuál de ellos le propuso el acuerdo? No cantes, no sueltes prenda, o apenas, y a cambio te garantizamos que en pocas semanas, y por los motivos que sea (edad, enfermedad, o fianzas) sales de la cárcel. Pero, cuidado, ni una palabra sobre ningún ministro, ni siquiera ex. Desmientes, por ejemplo, el bulo que salió en la prensa sobre tu regalo de un piso lujoso a un importante ministro del actual Gobierno; nada tampoco sobre ningún dirigente socialista. Sirven, que ya se ha comido alguna “pulga electrónica” para mantener el secreto, acepta y se presenta, amable y sonriente, ante el tribunal. Y, claro, todos le felicitan.

Christine Deviers-Joncour, siempre muy físicamente generosa, le aplaude y le besa; Loíc le Flech Pringent, ex presidente de ELF, le da un fuerte apretón de manos y le murmura cositas al oído; lo mismo hace André Tarallo, otro ex ejecutivo de la petrolera; todos lo hacen, hasta Roland Dumas, quien le saluda cortésmente. Todos se muestran aliviados, sonrientes y amables con el que, ayer, designaban como el único y perverso culpable. Saben que hay arreglo, que nada esencial saldrá a relucir en este juicio.

“Muy interesante”, me pregunta Spielberg, “pero, ¿estas seguro de lo que cuentas?”.

No tengo pruebas de nada; gracias a Dios, no soy juez, policía ni ministro. Es una hipótesis, pero en absoluto descabellada. Ya han salido alusiones en este sentido en la prensa. Pero que Sirven tenga cuidado, lo mismo le prometieron a Mery –el hombre del vídeo póstumo– y, sin embargo, permaneció casi un año en la cárcel sin ser juzgado. Precisamente grabó el vídeo para vengarse. Mientras tanto, la presidenta del tribunal ha aplazado el juicio hasta el 12 de marzo, al día siguiente de la primera vuelta de las elecciones municipales. Queda tiempo para preparar los detalles de la omertà y hacer desaparecer las pruebas, si Sirven indica dónde están escondidas. También quedan infinitos recursos jurídicos para aplazarlo todo hasta después de las presidenciales de 2002.

– ¿Las cosas ocurren así en Francia? –imaginemos que me pregunta Spielberg.

– Puede ocurrir. Como también en USA.

– Muy interesante. Envíame todas tus ideas al respecto por e-mail. Y, por cierto, ¿cuánto quieres?

– Me conformo con que me pagues el uno por mil de lo que se supone que ha robado Sirven. Pero resulta que no tengo e-mail.

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