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Enrique de Diego

Bono está fuerte o el cambio intranquilo

El efecto Zapatero, ayudado por el tiempo de gracia y tedio concedido por un Gobierno con tendencia al aburrimiento, ha generado algunas ficciones. Una de ellas es la difuminación del hecho de que Zapatero ganó por la mínima, en medio de una confusión tan notable como el apoyo de una parte de los guerristas, y con un partido dividido en dos en torno a serios problemas de proyecto nacional.

José Bono, el derrotado por la mínima, tiene una posición sólida en su autonomía, ha intensificado su discurso españolista bien alejado de la esquizofrenia zapaterista entre el españolismo sufriente de Nicolás Redondo Terreros y el separatismo vergonzante de Pasqual Maragall. Bono acaba de conseguir éxitos políticos importantes como el trazado del AVE que responde a todas sus exigencias, y con el Plan Hidrológico compatibilizará con el Ebro la presión levantina sobre el Tajo. Está fuerte y relajado, mientras en la medida que Zapatero intenta hacer una oposición más fuerte, tan ayuna de un cuerpo doctrinal serio, se encuentra más desasistido y hace aflorar las contradicciones internas de su partido donde Rodríguez Ibarra y Maragall están en las antípodas. Intentar con estos mimbres llevar al grupo socialista a un criterio unánime de votación a favor del Plan Hidrológico, como en los tiempos del bloque de hierro, es desconocer de manera grave la
situación real de su partido, como lo será la confrontación con el Gobierno —su principal sostén— en la reforma de la Justicia.

La idea de un Zapatero consolidado en su liderazgo empieza a percibirse como un espejismo. Quizás también lo sea la de un José Bono amortizado como oferta nacional.

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