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Antonio López Campillo

1. Enemigos de la esperanza

Todos los días nos hablan de catástrofes que han sucedido en el mundo, inundaciones, terremotos, matanzas étnicas, incendios de bosques… Pero parece que esto les parece poco a algunos y nos anuncian otras muchas, producto de nuestro propio hacer como seres humanos, civilizados. Son, estos agoreros, los apocalípticos del título.

Los "apocalípticos" nos anuncian que no hay esperanza en el futuro, ya que lo que viene es horrible y fruto de no ser lo que somos, según ellos, en realidad. Rousseau, uno de los padres de los apocalípticos, veía en el discurrir de la civilización la raíz de la maldad de los humanos, su degradación. Lo que significa que el paso del tiempo genera degradación, que es cierto en el caso del envejecimiento, pero no en el del crecimiento del niño y del paso a través de la juventud al estadio adulto.

Un modo de luchar con el tiempo, que todo liquida, es negar su acción y aquí nos encontramos con una de las ideas básicas de los apocalípticos, negar la historia, el paso del tiempo, como formador, generador de mundos. El modo de negar el fluir, histórico, del tiempo es volver a un estado anterior donde Cronos no había comenzado a "digerirnos". Querer volver al Paraíso, que es lo que quieren, es olvidar que hay una maldición divina, y el tiempo del monoteísmo judeo-cristiano es lineal y no cíclico, no hay vuelta atrás, sólo queda salvarse. La esperanza es hacer, o cohacer, el futuro, pues el regreso es imposible, todos los procesos que tienen lugar en el mundo son irreversibles.

La irreversibilidad produce terror. Vivir es sólo vivir aquí y ahora y viviendo, hacer el futuro. La responsabilidad personal de lo que viene incomoda, inquieta, por eso creer en magnetismos negativos y positivos, en posiciones de astros que pueden ser favorables o no, son creencias aceptables por muchos. Junto a los astrólogos y los "magnetólogos" encontramos los filósofos postmodernos que en sus múltiples variedades niegan, a su vez, la acción de la "hacendosa" historia.

Una de las proclamaciones de los postmodernos, la de que todas las culturas son "adultas", idea emitida por Lévis-Strauss, tiene un éxito que se explica por eliminar el paso del tiempo como maduración. O lo que es lo mismo, todas las civilizaciones son equivalentes y no se puede establecer un orden, son "inclasificables". Para estos etnólogos, insinuar que la cultura de los Ming nos parece superior a la magdaleniense, nos clasificaría sin remedio como "eurocentristas". Para Lévi-Strauss ambas son "adultas" y de ahí se ha pasado a "equivalentes", pero el paso del tiempo ha hecho que los humanos de la cultura Ming habían acumulado conocimientos sobre el funcionamiento del mundo que se reflejaban en, por ejemplo, cómo hacer las cosas.

Sin duda un magdaleniense ante la cultura Ming habría aceptado integrarse en ella, mientras que un chino de la cultura Ming habría rechazado vivir en la cultura magdaleniense. Posiblemente por razones tan simples como la protección ante el frío y el calor, y la seguridad de poder comer, también, pasado mañana. Razones epidérmico-gástricas que tienen su peso y razón.

Las diferentes culturas son diferentes por su capacidad técnica, la de hacer las cosas útiles, y también lo son por el trato que dan a los humanos que en ellas viven o vivieron, es decir que algunas son menos inhumanas que otras.

Los apocalípticos de todo tipo son enemigos de la esperanza. Esta característica es el núcleo ideológico tanto de los estructuralistas, como del resto de los filósofos postmodernos, o como buena parte de los ecologistas, por citar unos pocos ideólogos de nuestro tiempo. Veremos más tarde algunos casos concretos de estos doctrinarios y los frutos de su acción.

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