Leo en “El Mundo” del lunes 19: “La izquierda conquista la Alcaldía de París por primera ves desde hace 130 años”, corresponsalía de Cristina Fraide. Pues es mentira, pese a que buena parte de la prensa francesa dijo lo mismo. Lo cual demuestra que no basta leer la prensa “indígena” para ser corresponsal. Ya indiqué en mi última carta que la elección del alcalde de París, tal y como acaba de desarrollarse, existe solamente desde 1975. Antes gobernaba París un prefecto, designado por los Gobiernos.
Otra de las mentiras muy difundidas aquí es la afirmación según la cual: “París era tradicionalmente de derechas”. ¡Pobre París! Sin remontarnos a la Edad Media, las revoluciones de 1848, la comuna, Mayo del 68 y un sinfín de manifestaciones, barricadas y disturbios, demuestran, al revés, que París es la ciudad más revolucionaria, o, si la palabra asusta, revoltosa y díscola de Francia. En cambio, sí es cierto que París y su región han cambiado sociológicamente estos últimos años. Las grandes fabricas de automóviles, pongamos, Citroen, intramuros, y Renault, al lado, en boulogne-Billancourt, se han exiliado a provincias. París, capital de un Estado burocrático, tiene más funcionarios y menos, ¡mucho menos!, artistas que nunca, y los funcionarios votan a la izquierda.
París, como Madrid, es una ciudad inventiva, concretamente en el lenguaje, en el argot. Se ha inventado un término displicente para designar esta nueva realidad: los bobo –Bourgeois bohemes, burgueses bohemios. Leí recientemente una definición divertida de estos bobo: son jóvenes –más o menos— que juegan a la Bolsa por Internet, por las mañanas, y van a conciertos de rap, lo más hard posible, por las noches y, cuando toca, votan PS. Puede que algo de esto no dure, las modas cambian, pero el voto del funcionario al PS durará.
También hubo bastante confusión en relación con el voto “fascista” al Frente Nacional, o de los electores de ese FN a otros candidatos. Existe una contradicción aparente: se dice al mismo tiempo, el voto FN es un voto racista, xenófobo, ultraderechista, fascista incluso, y los electores del FN son obreros, parados, pequeños comerciantes, y muchos fueron electores del PCF. No es posible, comentan algunos, si son proletarios y marginados, ¿cómo van a ser xenófobos y fascistoides? Pues así es, el voto al FN –que ha disminuido notablemente— es a la vez un voto popular y un voto xenófobo, y muchos fueron votantes del PCF, que se ha derrumbado. No hay la menor contradicción, y sólo un imbécil como Jean-Paul Sartre pudo escribir: “apenas existe antisemitismo entre los obreros”. Desilusionados por sus divisiones e ineficacia, los electores de la ultraderecha se han refugiado en la abstención.
La noche del domingo, cuando se vio que el centrista Deuste-Blazy había ganado las elecciones en Tolosa, nutridos grupos de jóvenes demócratas (a lo etarra) intentaron lincharle. Protegido por sus amigos y la policía, el novísimo alcalde tuvo que refugiarse en un café. François Simón, candidato derrotado del PS, al enterarse de lo ocurrido se precipitó a dicho café, para felicitar al ganador y manifestarle su solidaridad ante la agresión. Dijo: “ la democracia es así, hay que respetarla”. No todos los derrotados han sido tan caballeros. Véase si no las reacciones de Elisabeth Guigou o Jean-Claudo Gaysset, aullando insultos contra los fascistas que no les habían votado.

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