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Plinio Apuleyo Mendoza

Dos Leo - Caballo

Sólo hasta ayer yo pensaba que Hugo Chávez y Andres Pastrana eran personajes muy distintos. Bogotano de alta clase el uno, venezolano montaraz el otro, ¿qué podían tener en común? Pues bien, una bonita amiga que los conoce a los dos, así como los signos del Zodíaco y el horóscopo chino, me reveló sus semejanzas. Nacidos ambos en 1954, bajo el mismo signo astral, tienen influencias gemelas. Ambos son Leo. Ambos, Caballo.

Dicha milagrosa conjunción los hace propensos a los mismos destellos temperamentales, a la misma manera de ejercer su mandato y, por supuesto, a los mismos errores. Los dos presidentes tienen una gran necesidad de protagonismo. Les fascina ser el centro de la atención. Lo necesitan. Ambos ejercen sus cargos con cierta vanidad monárquica. En su ámbito más cercano, aceptan sólo súbditos. Jamás, críticos o personajes que les hagan sombra. De ahí que Chávez prefiera la compañía de sus compañeros de promoción o de aventuras golpistas, y Pastrana la de los condiscípulos que desde niños han estado a su lado; los mismos que le ayudaban a hacer las tareas escolares.

La palabra, el gesto vistoso, la representación son su fuerte, pero no el estudio en profundidad de los problemas. Prefieren improvisar. Porque el estudio es una disciplina sin público, íntima y más bien aburrida. Y a ellos, los Leo-Caballo –según mi amiga–, les gusta lo que fulgura de manera instantánea: encuentros con Clinton o con Sadam Hussein, con Tirofijo o con Castro. Como los actores, necesitan reflectores y zumbidos de cámaras.

De ahí que Chávez adore los referendos y demás consultas electorales, haga cocinar de prisa una nueva Constitución, le cambie el nombre al país, convoque en Caracas a los miembros de la Opep, asuste a su vecino con estrepitosas maniobras militares, le regale a Cuba petróleo, incomode a los americanos y se siente todas las semanas por varias horas ante un micrófono, siguiendo el ejemplo de otro Leo, Fidel Castro. En cambio, el manejo de la economía, los rigores fiscales, la atracción y seguridad para las inversiones nacionales o extranjeras y otras políticas de largo aliento no son lo suyo. No embrujan. Requieren otro temperamento..

Andrés Pastrana, en su ámbito, no se le queda atrás. Desde los conciertos de música rock, que organizaba cuando era alcalde de Bogotá, hasta la entrega de una zona de despeje a Tirofijo sin calcular riesgos ni consecuencias, lo suyo está marcado por el gusto del efecto inmediato y el protagonismo narcisista. Es el gusto del gesto, del “hagamos esto y luego veremos que pasa”. Si estalla una bomba de gran potencia en Medellín, acude a la televisión y declara con arrogancia que no permitirá el terrorismo. Como si los terroristas le pidieran permiso para poner sus bombas.

Los dos son ciclotímicos. Ceden a un impulso del momento y después vuelven atrás. Así, Chávez amenaza a Colombia y una semana después le declara a los colombianos su afecto fraternal e invita a Pastrana a visitarlo. Garrote y zanahoria. Pero Pastrana hace lo mismo. Un día amenaza a Tirofijo con suspenderle la llamada zona de despeje y al siguiente se entrevista con él, le deja por ocho meses más su santuario de 42.000 kilómetros y anuncia que ambos están de acuerdo en combatir el paramilitarismo, como si fuesen socios de la misma empresa.

Lo que cambia es la relación de cada uno de los dos presidentes con su respectivo país. Por eso su popularidad no es la misma. Según mi amiga, Venezuela es Leo como Chávez; tiene su mismo ímpetu y, en sus niveles populares, se sintoniza con él. En cambio, la andina Colombia es Cáncer, y cómo los cangrejos avanza, se detiene, retrocede, se arropa; es introvertida. No sabe para dónde la lleva Pastrana. Bueno, cierto es que tampoco Venezuela sabe para donde va Chávez. ¿Lo sabrán ellos? Se lo preguntaré a mi amiga la próxima vez que la vea.

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