Con la que está cayendo, se veía venir. El vicepresidente económico del Gobierno, Rodrigo Rato, acaba de anunciar que el Ejecutivo revisará a la baja su previsión de crecimiento económico para este año, situada actualmente en el 3,6%. Rato, sin embargo, no avanzó la nueva cifra que baraja el Ministerio de Economía y remitió hasta después de Semana Santa para conocer el nuevo cuadro macroeconómico.
La revisión que llevará a cabo el Gobierno viene forzada por las circunstancias. La demanda interna está cayendo y, como consecuencia de ello, la actividad productiva. El último dato de producción industrial, sin ir más lejos, es un fiel exponente de esta realidad: en febrero cayó el 1,6% interanual. Luego está el contexto internacional. En Estados Unidos, en toda la Unión Europea, los cálculos de crecimiento económico que se hicieron a finales del año pasado han dejado de servir. Ahora, todas las perspectivas apuntan a que 2001 se cerrará más o menos peor de lo previsto, dependiendo de cada país. Y eso, lógicamente, afecta a España, sobre todo porque el principal motor del crecimiento económico en estos momentos es la demanda exterior. Pero si la UE, a donde va a parar el 70% de las exportaciones españolas, tiene problemas, nuestras ventas al exterior, como es lógico, también lo tienen que notar.
En cualquier caso, esta situación dista mucho de ser dramática. El comportamiento de la economía española será, un año más, mejor que el de la media europea, lo que permitirá a nuestro país avanzar en la convergencia real con la UE. Además, con los datos actuales en la mano, parece muy poco probable que el crecimiento vaya a estar por debajo del 3%. De esta forma, y pese a todo, España encadenará cinco años consecutivos con un ritmo de aumento del PIB por encima de ese porcentaje, lo que para nuestra historia económica significa una etapa de expansión bastante larga. Eso sí, la creación de empleo se desacelerará pero, en cualquier caso, la ocupación seguirá para arriba y el paro hacia abajo.
Esta situación, por otra parte, presenta una ventaja. La desaceleración de la demanda interna supone menos presiones sobre los precios de consumo, lo que será de gran ayuda para reducir la inflación y acercarla a ese objetivo del 2% marcado por el Banco Central Europeo para el conjunto de la zona del euro. Y eso ayudará a mantener una competitividad y una moderación salarial sobre las que se tiene que sustentar el futuro de la actual fase de expansión económica. Y es que, al final, no hay mal que por bien no venga. Seamos optimistas.

Una revisión sin dramas

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