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Diana Molineaux

La carta de las dos penas

Así es como llaman ya en el Departamento de Estado a la carta entregada por su embajador en China y que contiene finalmente el lenguaje necesario para la liberación de los 24 tripulantes a quienes no se podía llamar rehenes. La carta, divulgada por la Casa Blanca, dice dos veces que el gobierno norteamericano está "very sorry", o "muy apenado": una vez por la muerte del piloto chino que chocó con un avión norteamericano y otra porque el aparato norteamericano penetró el espacio aéreo chino sin conseguir autorización previa.

De momento, Washington se mantiene en "pena oficial", tratando de moderar el júbilo por la salida de la tripulación, que les parece inminente ahora que el avión encargado de recogerlos recibió finalmente la autorización china para aterrizar en la isla de Hainan. La desconfianza mutua era evidente: el avión de EEUU encargado de recogerlos salió de Guam a las cinco y media de la tarde con suficiente combustible para ir y volver, sin necesidad de repostar en un territorio que, si no es hostil, no es el más amistoso. Los chinos, por su parte, se negaron a aceptar un avión militar, de forma que el Pentágono tuvo que alquilar un aparato comercial.

La realidad es que más que pena aquí hay indignación por la postura china, que no toma en consideración la emergencia en que se encontraba el avión norteamericano ni la temeridad del piloto chino, conocido por los norteamericanos por su costumbre de acercarse tanto a los aviones de reconocimiento que le veían la cara y les enseñaba su dirección de email, legible en las fotos sacadas durante estos encuentros espaciales.

También irrita a Washington que tiene las manos atadas, no solo por sus soldados retenidos en Hainan, sino por la falta de opciones para meter en cintura a la China. Las sanciones económicas, que castigarían seriamente a un país populoso y en pleno desarrollo, perjudicarían también a Washington porque substituir las importaciones chinas es imposible sin una notable subida de precios, que afectaría la economía tanto como el precio de la gasolina. Una carrera de armamentos, como la que hundió a la URSS, obligaría a reajustes dolorosos en el presupuesto norteamericano.

Pero Bush tiene una satisfacción adicional: además de evitar una crisis explosiva que podría recordar la que Jimmy Carter tuvo con los rehenes norteamericanos en Teheran, se ha librado de la mediación de Jesse Jackson, el pintoresco predicador negro que se pasea por el mundo mediando ante dictadores enemigos de Estados Unidos, a quienes da la razón en sus críticas "anti-imperialistas" y que estaba decidido a llevar el estandarte chino, por mucho que el Departamento de Estado rechazó su mediación.

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