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Alberto Míguez

El "día del desastre"

Los palestinos celebraron este martes a su manera la fundación del Estado de Israel y el enfrentamiento que condujo al éxodo de muchos miles de ellos.

Asombra, sin embargo, el método utilizado para conmemorar el “Dia del Desastre”, como los propios palestinos lo denominan: pedradas, morterazos, incendios, entierros, amenazas con destruir el Estado de Israel y, finalmente, la respuesta contundente de Tsahal, el poderoso y cada vez más letal ejército del Estado judío.

Hubo varias víctimas mortales (entre los palestinos, claro, no entre los israelíes) y en la horas que vienen puede haber más. Sharon ha vuelto a repetir que mientras no concluyan las hostilidades y los ataques contra las tropas israelíes y los asentamientos, las operaciones de castigo continuarán. En esas estamos.

Pero lo que más asombra de estas sangrientas festividades es el discurso solemne con que Arafat quiere sin duda aleccionar o incitar a sus compatriotas: no habrá paz mientras no regresen a los territorios ocupados por Israel desde 1949 los ¡4 millones de refugiados dispersos por el mundo, sobre todo en Jordania y Líbano!

Arafat sabe, porque no es ningún idiota, que este regreso es inviable porque ¿dónde iban a meterse los israelíes o los propios palestinos que han vuelto a los territorios ocupados? El territorio de Israel, Cisjordania y Gaza no son “extensibles” ni elásticos: tienen una determinada capacidad de acogida que está al límite. No pueden recibir a cuatro millones más salvo que se cumpla la amenaza tantas veces repetida por los árabes: arrojar a los judíos al mar.

Tan singular propuesta –ayer repetida hasta la saciedad por miles de personas armadas y que quemaban banderas de Israel- además de irrealizable constituye una simpleza. Ni los israelíes se van dejar tirar al mar ni los palestinos tienen ahora la más mínima posibilidad de hacerlo.

Parece mentira que una persona tan razonable e inteligente como Arafat (eso, al menos, era lo que creía Clinton, que lo adoraba) diga tales disparates. Y, lo que es peor, intente convencer a sus compatriotas de que son viables. Es una forma bastante poco sutil de llevar a jóvenes y viejos al matadero. Y, además, de cegar cualquier diálogo serio entre las dos partes.

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