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El duro despertar

Ha durado diez años, pero está a punto de concluir, y de forma brusca. El peso argentino está a punto de abandonar la paridad con el dólar, el ingenio monetario que puso en marcha Domingo Cavallo en 1991 para acabar con la hiperinflación que asoló Argentina a finales de los ochenta y principios de los noventa.

La fijación del tipo de cambio de la divisa argentina con el billete verde funcionó los primeros años. La disciplina monetaria que introdujo fue decisiva para acabar con una inflación que llegó a superar el 1.000% anual para reconducirla a las tasas de un dígito propias de los países económicamente estables. El problema es que el sistema se mantuvo demasiado tiempo sin revisar la paridad, ante el temor de los argentinos a que las subidas de precios galopantes camparan tranquilamente por sus respetos y tanto los ciudadanos como sus dirigentes políticos siguieron la política del avestruz ante lo que ya parecía inevitable a mediados de los noventa. Y es que cuando el dólar entró en caída libre entre 1991 y 1995, el peso pudo aguantar el tipo sin problemas porque se ajustaba, más o menos, con su valor real. Pero después vino la recuperación del “billete verde” y la fortaleza frente a las divisas europeas desde que el euro nació el 1 de enero de 1999 y las cosas cambiaron. Si hoy los analistas estiman que el dólar está sobrevalorado entre un 25% y un 30% frente a la moneda única, el peso lo está todavía más. Y eso, una economía como la argentina, que lleva tres años en recesión, no puede aguantarlo de ninguna manera.

La devaluación, por tanto, era y es inevitable. Pero los tres ministros de Economía que ha tenido Fernando de la Rúa desde que llegó al poder hace dos años no han querido hablar del tema. José Luis Machinea y Ricardo López Murphy directamente se negaron siquiera a considerar tal posibilidad. Cavallo, en cambio, sabía que había que coger el toro por los cuernos y desde que volvió al Ministerio en marzo ya planteó la necesidad de vincular el peso no sólo al dólar, sino también al euro. Pero las medias tintas acaban siendo perjudiciales y la forma que ha elegido para hacerlo puede pasarle factura.

Cavallo ha dicho que el tipo de cambio aplicable a las exportaciones argentinas no energéticas será de 1,08 pesos por dólar, en vez de la paridad, con el fin de estimular las ventas al exterior y, con ello, promover la inversión y el crecimiento económico en el interior. Sin embargo, esta medida es una devaluación encubierta, y los mercados se lo han tomado así, o sea, con el desplome de las acciones de las empresas con intereses en argentina y con la caída del 3,2% en el precio de la deuda del país austral.

Evidentemente, la economía argentina necesita la terapia de la devaluación como agua en mayo. Pero es contraproducente hacerlo de esta manera. Cavallo ha intentado introducirla de tapadillo y los mercados ya la descuentan. Eso supondrá, con toda probabilidad, un frenazo a la inversión directa en Argentina y una prima de riesgo mayor en sus tipos de interés hasta que el panorama cambiario se aclare, puesto que los inversores, ante todo, protegen el valor de su dinero. El problema para Cavallo es que, con su argucia, puede haber abierto la caja de Pandora y desatar los ataques de los mercados contra el peso.

Ante esto, no hay defensa posible, como bien saben los países castigados por la crisis asiática de 1997, o los europeos cuando se rompió el Sistema Monetario Europeo en 1993. Ahora la pregunta es cuál será el próximo paso de Cavallo, si devaluar el mismo o levantar defensas inútiles para evitar que el mercado lo haga. Y eso lleva a un problema añadido: ¿están preparadas las autoridades económicas y monetarias argentinas para atajar cualquier rebrote de la inflación si el peso cae? Probablemente, no. Por ello, la decisión de Cavallo, además de equivocada en las formas, parece prematura. Argentina ha vivido durante diez años el sueño del peso y ahora se enfrenta a un duro despertar.

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