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Antonio López Campillo

El fracaso escolar va bien

Un informe de la OCDE nos dice que España tiene la tasa de diplomados, bachillerato y formación profesional, muy baja. Sólo el 73% de los jóvenes de 18 años logran un título. Es una información que ha dado lugar a hablar del fracaso escolar y de cómo evitarlo. En el informe de la OCDE se comparan los países europeos y se obtiene que estamos los penúltimos, con Italia, y delante de Grecia. Es un asunto serio pues la ausencia de un diploma, bachillerato o formación profesional, significa una marginación económica y social segura. En la sociedad actual la formación es decisiva y el informe alerta.

Cada promoción de jóvenes aporta un 27% de incapacitados. Dentro de unos años, no muchos, el paro por falta de capacitación será el dominante y es uno de los de más difícil absorción. Por ello sería urgente que se pensase cómo reciclar, formar a esos futuros excluidos. Una solución sería estudiar cómo funcionan las enseñanzas correspondientes a esos diplomas y adaptarlas, para favorecer la adquisición de conocimientos y no para bajar el nivel. Indudablemente, la idea de dar los diplomas en el momento del nacimiento no es la más adecuada, pero es a la que se llegará si se sigue bajando el nivel y eliminando controles severos, que parece ser la tendencia actual.

Pero una crítica que se puede hacer al informe es que los autores parecen haber olvidado aquello de que se pueden sumar manzanas con peras. La comparación es europea y utiliza las cifras de titulados, y no dice nada del contenido de los títulos. Los contenidos y el nivel de los bachilleratos y de las formaciones profesionales varían mucho de un país a otro; no se pueden comparar la formación profesional alemana con la francesa, ni esta con la española. Una formación deficiente implica también la marginación a la que se añade una sensación de fracaso: el título no parece servir, no sirve, pues resulta que lo que sirve es lo que se sabe, no un papel.

Curiosamente el número de los jóvenes que llegan a la Universidad es en España superior a los que alcanzan la Universidad en Alemania, Francia o Italia. Aquí el 45% de esos jóvenes optan por los estudios superiores. Son cifras que nos deberían animar. Pero hay un pero. Por ejemplo en Alemania buena parte de los jóvenes titulados siguen estudios profesionales no universitarios. Aquí dada la escasa y poco valorada formación profesional, la mayoría se dirigen al bachillerato y de allí a la Universidad. Esta tendencia a la universidad, en la mayoría de los casos no es un asunto de afición o vocacional, es un resultado de la estructura de los estudios secundarios en nuestro país.

La realidad es que la formación primaria, secundaria y superior en España es deficiente, no por la limitación intelectual de los alumnos, ni por la formación de profesores y maestros, sino porque no es más que el fruto, no querido, de unos programas elaborados por hombres de buena voluntad sentados detrás de una mesa de despacho. Construyen programas sobre otros programas anteriores, retocándolos y, en el mejor de los casos, recordando lo que estudiaron o adaptando lo que han leído en el semanario o en el suplemento semanal sobre las nuevas tecnologías. Es la sensación que dan los proyectos de reforma de los programas y cursos. Posiblemente lo que nos anuncian como novedades en estos asuntos, nos lleve, si se aplican, a la marginación del país, frente a Europa.

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