Comienza en Edmonton (Canadá) el Mundial de atletismo, un desfile diario de "cuerpos danone" sin un gramo de grasa, hombres y mujeres desconocedores del significado del término "cartuchera" o del más gráfico "flotador". Lo suyo, sin embargo, tiene poco que ver con la estética; esas máquinas desnatadas mantienen una correosa relación de amor-odio con la centésima de segundo y el centímetro y un campeonato del Mundo es una ocasión tan buena como cualquier otra para seguir demostrando que el cuerpo y el cerebro humanos no tienen, desde aquellas primeras Olimpiadas celebradas en Atenas, ni parangón ni límite posibles. El esfuerzo de años concentrado en una carrera, un salto hacia arriba, otro más hacia adelante. ¿Cómo esquivar esa presión? El atleta del siglo XXI no es sólo "un chico que corre" sino un hombre o una mujer que piensan cómo rentabilizar al máximo su capacidad en relación directa con la de los otros deportistas (el 1.500 es una buena prueba de esto que digo: velocidad física y estrategia mental inseparablemente unidas).
Sólo una vez entre un millón la teoría va directamente a la basura, al carajo. Sólo en contadas ocasiones alguien es capaz de regatear a nutricionistas, preparadores físicos y psicólogos, despreciando cualquier norma de comportamiento al respecto. Eso mismo ocurrió en Sydney cuando Jai Taurima logró la medalla de plata en la final de salto de longitud. El oro fue para Iván Pedroso y la segunda plaza en el cajón le correspondió al atleta más alocado de la historia. Entre la concentración, la preparación y el tesón del cubano y la anarquía más absoluta del australiano se produjo una separación mínima de 6 centímetros. Pedroso logró el oro en el último instante y con mucho sufrimiento.
Taurima fuma como un carretero y come pizzas y hamburguesas a todas horas. Renunció en su día a las bebidas isotónicas –esas que te devuelven las sales minerales derrochadas en pleno esfuerzo– en beneficio del bourbon y la cerveza. No le gusta entrenar y sus preparadores ya le dieron por perdido hace mucho tiempo. El atletismo no es el centro de su vida en absoluto y, al márgen de saltar casi tanto como el profesional Pedroso, le apasionan las motos y el surf. Aunque tiene 29 años y su único triunfo relevante lo consiguió en los Juegos de 2000, Jai Taurima no ha sabido nunca lo que es la presión. En 110 metros vallas y en 200 metros consiguió marcas muy estimables. Demasiado talento para un hombre obsesionado por los videojuegos. A Taurima le va bien esa mezcla de atletismo, bourbon y mucho ketchup y mostaza a partes iguales. Si Pedroso decidiera mirarle por encima del hombro, sólo vería a Clark Kent tatuado con su traje de faena; eso y algunos "piercings" por ahí sueltos. Angelito.

Atletismo, bourbon y mucho ketchup
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