Como en una película: una boda, una fiesta para los novios, unos disparos y François Santoni, líder nacionalista corso, muere asesinado a la una de la madrugada cuando salía de la recepción y se dirigía a su coche acompañado por sus inútiles guardaespaldas. Sangrienta anécdota clásica o, mejor dicho, muy vista en Córcega. François Santoni era uno de los líderes del nacionalismo corso y de su brazo armado, el FLNC. Pero este movimiento ha conocido y sigue conociendo crisis y consiguientes escisiones, siempre seguidas de ajustes de cuentas. El año pasado junto con su amigo Jean-Michel Rossi, había publicado un libro –Pour solde tout compete–, en el que denunciaban el giro mafioso del nacionalismo terrorista corso. Pocas semanas después de la salida de ese libro, Rossi era asesinado mientras desayunaba a la terraza de un café de “L’Île Rousse”, con su guardaespaldas. Desde entonces, Santoni exigía venganza y acusaba al Gobierno y a su policía de conocer a los asesinos y de protegerlos porque eran los mismos que negociaban en el marco de “los acuerdos de Matignon” sobre la autonomía de la isla.
Es más que probable que las acusaciones de gangsterismo mafioso denunciado por Rossi y Santoni, fueran verídicas, pero tampoco se puede olvidar que estos señores no sólo eran jefes terroristas sino que el propio Santoni estuvo encarcelado cuatro años por extorsión de fondos y amenazas de muerte. Las declaraciones inmediatamente posteriores al crimen, las que hasta ahora se conocen al menos, son las consabidas y los ministros y líderes políticos hubieran podido dejarlas grabadas en sus contestadores automáticos. El Ministro de Interior y otros dirigentes del PS se declaran horrorizados, pero afirman que la única solución es proseguir las negociaciones para lograr la paz, la concordia y la felicidad para todos.
Evidentemente, no es esta la opinión de Jean-Pierre Chevenement, quien dimitió precisamente porque consideraba que la política del Gobierno en Córcega era de aquelarre y ponía en peligro la República y la unidad de la Nación. Intentando disimular su satisfacción, arremete contra le Gobierno e insiste en su ceguera: lo que quieren los nacionalistas, repite, es conquistar la independencia por las armas y mientras no lo logren seguirán matando y por lo tanto “negociar” sin tener en cuenta esta realidad es una dimisión del Estado. Pero, parece olvidarse lo que él mismo dijo en otras ocasiones y es que si la voluntad fanática de independencia existe realmente, en ciertos sectores muy minoritarios ésta y otras muertes no obedecen a ese fanatismo sino a las luchas fraticidas por el reparto del mafioso botín y al espíritu de venganza. La famosa vendetta, considerada por los turistas y por Prosper Merimée, como una costumbre noble y con auténticas raíces culturales... ¿Cómo explicar si no que las víctimas sean mucho más numerosas entre nacionalistas mafiosos, que entre los representantes del Estado francés?
Cuando el Otegui corso, Talamoni, declaraba hace unos días en Corte durante ese Festival mundial de los terroristas nacionalistas (con algún cantautor celta para disimular) que su movimiento no tenía disidentes ¿quería decir en realidad que los que quedaban los iban a matar como ocurrido con Santoni? Pero Santoni tiene amigos y, pese a que la imagen sea facilona, no es menos cierta: Córcega sigue pareciéndose al Chicago de los años treinta.

Otro asesinato en Córcega
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