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La detención de tres terroristas de IRA en Colombia, junto a las informaciones de las Fuerzas Armadas de dicho país de que también se encontrarían etarras en la primera “nación terrorista”, formada por las eufemísticamente conocidas como “zonas de exclusión” de las FARC, tras ese fracaso andante que es Andrés Pastrana, pone en evidencia la reorganización de la internacional terrorista en unos niveles de máximo riesgo para la seguridad occidental. Las fuerzas de seguridad británicas consideran que se está intentando desarrollar una “superbomba”, algo parecido a un “pequeño artefacto nuclear”, que se describe como capaz de matar a varios cientos de personas o destruir un búnker.

La caída del Muro no produjo la desmovilización completa del comunismo, sino que pervivieron “huérfanos de Marx”, cuyo mundo ha quedado sin esperanza pero que, dentro de la racional irracionalidad totalitaria, aspiran a cosechar el número mayor de muertos y a hacer el mayor daño posible a las democracias liberales. Un proceso similar al de los movimientos antiglobalización, con el añadido de la violencia como acción directa. Y también al del fundamentalismo islámico, el otro movimiento que utiliza la violencia terrorista con carácter indiscriminado, hasta llegar a los niveles de los kamikazes de Hamas.

La miseria de la ideología está siendo suplida por un incremento de la acción, mientras Occidente viene respondiendo con un auténtico sopor y con una miopía suicida al riesgo máximo del futuro. Desde aquellas estupideces anestesiantes del Departamento de Estado con ínfulas hegelianas del fin de la historia, se asiste a un adormecimiento que contempla los sistemas de seguridad occidentales relacionados con operaciones humanitarias, en una copia más eficaz de los “cascos azules” de la ONU, ese organismo ineficiente y despilfarrador, que tantas vidas humanas ha costado. El terrorismo, sin embargo, no está mereciendo una atención adecuada. Con frecuencia se percibe relacionado con supuestos procesos de paz, como en Irlanda del Norte o en el País Vasco, cuando es efecto directamente relacionado con el totalitarismo, su reducto más sanguinario y por ende irreductible, salvo desde la solución policial. Y militar como en el caso de Colombia.

La cuestión es de suma gravedad: se ha permitido crecer por primera vez una “nación” cuya seña de identidad es el terrorismo y cuyo “presidente” es “Tirofijo”. Hasta el momento el terrorismo era un medio perverso para algún tipo de causa. En el caso de las FARC colombianas ha pasado a ser el fin en sí mismo, pues no cabe aspirar a la revolución mundial salvo por una vía estrictamente nihilista. Por su implicación con el narcotráfico, del al que sirven de escolta y protección en producción, elaboración y distribución en origen, y con el negocio añadido de los secuestros (lo que confirma de pleno esa identidad del terrorismo como fin), esa “nación terrorista” cuenta con importantes fondos económicos, lo que le sitúa en condiciones de desarrollar esas súperbombas o armas de destrucción masiva. Las detenciones de los terroristas del Ira –profesionales de la muerte, cuya relación con el conflicto del Ulster ha pasado a ser secundaria– y la presencia de etarras, sitúa esas zonas excluidas como el paraíso del terrorista, como la patria de todos los terroristas, como su lugar de experimentación.

Por supuesto, es muy conveniente el desarrollo del “escudo antimisiles” frente a los llamados estados “gamberro”, pero el terrorismo puede generar, si se permite el desarrollo actual, medios de chantaje desconocidos hasta el momento, que no tengan que ver con conflictos locales, sino con la recuperación de un combate desesperado “contra el capitalismo”.

Ya digo que ese esquema se encuentra al tiempo en los movimientos antiglobalización, tan apoyados en los últimos tiempos por los medios de comunicación más capitalistas.

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