No fue tartamudeo, sino mutismo absoluto el del alcalde de París, Bertrand Delanoe, en lo referente a los atentados islámicos en Nueva York y Washington; y si otros alcaldes por el ancho mundo han enviado al de Nueva York, Rodolfo Giuliani (apodado “Rudi el Campeón” por los neoyorquinos) mensajes de solidaridad y pésame, el de París, ni mú.
Sin embargo, ha propuesto a su Consejo municipal la instalación de una lápida conmemorativa, dedicada a los argelinos asesinados por la policía durante una manifestación a favor de la independencia en París, allá por 1960.
Nadie niega que los franceses cometieron barbaridades durante la guerra en Argelia, pero en estos momentos, el simbolismo político antiyanqui de esa propuesta es evidente. Delanoe hubiera hecho mejor limitándose a seguir aumentado el caos del tráfico en las calles de la capital.
Mientras tanto, el Presidente Chirac estaba en Washington y Nueva York, manifestando su solidaridad diplomática (¿habrá algo más?) con los EE UU. Desde el comienzo se ha notado una leve, muy leve, diferencia entre el discurso de Chirac y el de Jospin, en relación con estos atentados y sus consecuencias. Jospin está atado por los sentimientos, no proárabes, sino antinorteamericanos, de su electorado.
Un pequeño detalle que no deja de ser significativo: cuando en la Fête de l’Humanité (L’Humanité es el periódico portavoz del PCF, cuyos propietarios son Vivendi y los tanques MATRA), el secretario del PCF, Robert Hue, pidió un minuto de silencio por las víctimas, fue abucheado entre gritos de ¡Muera el imperialismo yanqui!”. Lo mismo hubiera ocurrido en un guateque Verde, o sociata.
Quisiera recalcar la furia de la prensa de izquierda y de la televisión. bajo control gubernamental, al constatar que el viaje de Chirac a los EE UU, y los discursos que allí pronunció, han sido bien acogidos por la opinión pública. Los puntos del Presidente aumentan en los sondeos, y Jospin está que trina. Para contrarrestar su derrota anunciada, pero desgraciadamente aún no segura, a su vez anuncia medidas “sociales”, la más importante de las cuales es el aumento del precio del tabaco en un 8%.
Mientras los diferentes ministros europeos se reúnen para saber si pueden hacer algo contra el terrorismo, en Le Figaro del viernes 21 se publica, en medio de las eternas súplicas (“¡no confundamos Islam y terrorismo!”), un interesante artículo de Michèle Tribalat sobre el Islam, donde puede leerse: “La consigna ¡cuidado con las amalgamas! , constituye una super amalgama: toda crítica dirigida al Islam sólo puede venir del odio, y como tal será considerada. Hay que superar esta prohibición e interesarse por lo que en religión islámica puede nutrir el terrorismo”. Tras esta evidente afirmación, ofrece una serie de ejemplos de declaraciones recientes por parte de responsables religiosos y culturales islámicos completamente dentro de la legalidad, quienes han sido recibidos y celebrados por las autoridades e instituciones democráticas europeas, aunque rezumen de odio al infiel, justifiquen el fanatismo y alenten la guerra santa.
Es bastante espeluznante, aunque no me sorprenda. Pero lo más espeluznante es que estos rectores de las mezquitas de Lille, Lyon, y otras más; así como el director del Centro Islámico de Ginebra, etc., no sólo difunden con plena libertad sus discursos fanáticos; sino que son respetados, considerados y celebrados como representantes civilizados del Islam moderado. Otro aquelarre. Y como es inevitable, chorrean por Internet los mensajes de jóvenes musulmanes, voluntarios de la muerte, que exigen: “¡Basta de palabras!. Decidnos donde entrenarnos y a quién matar.
Yo, si fuera Jack Lang, lo que gracias a Lucifer no soy, recomendaría los textos de esta señora en las escuelas. Pero, naturalmente, no hará tal cosa, antes al contrario: intentará censurarla, porque, como dice también M. Tribalat, las escuelas “... distan mucho de conducir a la democracia por la educación”. ¡Chapeau, Madame!

El alcalde mudo
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