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Guerra de expectativas

Las autoridades estadounidenses han conseguido una nueva victoria en su guerra particular para evitar el deterioro psicológico de la población y, con él, el hundimiento de la economía. A mediodía del martes, el Conference Board publicó el índice de confianza de los consumidores de septiembre, que registró una caída de 16 puntos, la más importante desde la guerra del Golfo. Dicho así, el desplome, que ya tiene en cuenta el atentado, podría ser preocupante. Pero como todo en esta vida es relativo, el dato hay que ponerle en su contexto adecuado.

Lo normal es que se haya producido esa caída. Lo contrario hubiera sido muy sospechoso o un síntoma de que los norteamericanos se habrían vuelto rematadamente locos, cosa que no parece ser así. Lo verdaderamente importante es que la bajada ha estado en línea con las previsiones de los analistas, es decir, con los cálculos de quienes llevaron a Wall Street a perder el 14% la semana pasada y situaron a la Bolsa neoyorkina en ésta en la rampa de despegue, aunque todavía quedan muchos altibajos por sufrir. Por tanto, se puede decir que el dato, en gran medida, ya estaba descontado.

Esto último es importante porque el gasto de los hogares ha sido el sostén del crecimiento económico estadounidense en el último año. Una caída de la confianza de los consumidores supone menos gasto y, por tanto, menos crecimiento económico. Wall Street tiene en cuenta este hecho. Precisamente por ello, lo llamativo ha sido que las cotizaciones no se hundieran, síntoma claro de que los inversores consideran que el daño a la economía norteamericana producido por el atentado es limitado y manejable. O sea, posiblemente habrá recesión, pero los tiempos de dificultades no serán demasiado largos y se sigue confiando en una recuperación de la economía en 2002. Por ahora, la Administración Bush sigue ganando batallas en la guerra de las expectativas.

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