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Abrir el comercio a todo el mundo

Más allá de los buenos propósitos, lo cierto es que se presentan serias objeciones materiales para que las empresas de todo el mundo tengan una participación igualitaria, en lo que a las oportunidades de comunicación se refiere, en el comercio internacional.

Las previsiones del Banco Mundial en 2000 a propósito del comercio internacional eran extraordinariamente positivas, hace tan sólo dieciocho meses atrás, pero las cosas no se presentan tan relucientes en estos momentos.

Caben ser destacadas en particular las incompetencias de carácter tecnológico, la escasez de recursos de promoción en amplias zonas geográficas y, por supuesto, la falta de competitividad de los productos potencialmente susceptibles de ser presentados en los mercados internacionales.

Se estima que las dos terceras partes de la humanidad se encuentran al margen de la economía internacional. Otro elocuente dato estadístico es que un 50 por ciento de la población mundial no tiene acceso al teléfono. Hay un estupendo artículo sobre este tema en la web del Ministerio de Asuntos Exteriores de Dinamarca, que tiene una versión en español, aunque por algún extraño motivo el artículo al que me refiero, aunque alojado en dicha web, no aparece en el directorio, sino aquí.

Pensemos, por ejemplo, en el coste de envío de catálogos a posibles clientes muy alejados de la zona de producción. Cualquier pequeña empresa que lo haya intentado conoce a la perfección las dificultades financieras y la incertidumbre de la acción asociadas al propósito de dar a conocer las mercancía a los compradores. Si además tenemos en cuenta que la inmensa mayoría de las empresas, incluyendo el mundo occidental, tienen que valerse de informes oficiales sectoriales, no siempre actualizados y no en poca medida facilitados de acuerdo con los intereses globales de su país, vemos que la libertad de acceso a los mercados ni es tan sencilla, ni tan posible.

Y lo que es más importante es un aspecto lingüístico habitualmente desconsiderado: no son ni deben ser las naciones las que hagan negocios entre sí, sino las empresas. Queda fuera de toda duda, por definición, que los países que no han alcanzado un estatus democrático, no dejan participar en el juego internacional (¡ni siquiera en el local!) a todas las empresas. Este es un aspecto que jamás mencionan las personas que critican la globalización: no hay ni puede haber libertad de acceso a los mercados bajo una situación de opresión, sea del género que sea.

Se entiende en consecuencia que las restricciones de acceso a los mercados libres son de dos géneros perfectamente diferenciados: por una parte, la asimétrica ventaja por parte de las grandes empresas de los países democráticos en cuanto a recursos de comunicación y calidad competitiva; por la otra, el catálogo de desventajas por parte de los países pobres. Pero resulta que cada vez más, los países desarrollados sólo pueden vender y comprar entre ellos mismos debido a las razones apuntadas más arriba. Si esto es globalización, que venga Dios y lo vea.

Y es que también hay razones culturales: propongamos a un empresario que atienda la demanda de importación de un pequeño país asiático de tambaleante economía; seguro que nos preguntará que si estamos intentando tomarle el pelo y añadirá que la seguridad de cobro que tiene con un país desarrollado no se la garantizan en ningún otro entorno del planeta (lo cual no es cierto, porque los bancos y los créditos documentarios están para lo que están).

Si, finalmente, nos pusiésemos de acuerdo de una vez en que las dificultades a todos los procesos mencionados tienen un doble origen esencial (ausencia de libertad y de acceso a la información entrante y saliente) podríamos convenir que es en el desarrollo de Internet por donde hay que empezar. Desgraciadamente, si tenemos en cuenta la lentitud de penetración de la Red incluso en los países desarrollados y que el hábito de utilizarla para algo más que para sacar las entradas para el cine todavía suscita algunas dudas, es más que probable que nos sintamos decepcionados, porque ni por asomo se trataría de una panacea que funcionase de la noche a la mañana, y que por otra parte, implica un volumen de inversiones para las que costará lo suyo convencer a los parlamentarios de los países que se impliquen.

España, gracias a la iniciativa privada y a la cada vez mayor sensibilidad de las Administraciones Públicas en lo relativo a las Nuevas Tecnologías, ha dado el primer paso con su apoyo al programa de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo a través de la Federación Mundial de Centros de Comercio cuyo sistema electrónico de comunicación de Oportunidades de Negocio Electrónicas ha sido desarrollado y se encuentra bajo mantenimiento por dos empresas españolas.

Dice la sabiduría popular china que un viaje de mil leguas se inicia con un solo paso. Pues bien, ya hemos dado el primer paso.

Si solamente se tratase de un situación injusta, posiblemente pudiese ser resuelta en el puro ámbito de nuevas ideologías emergentes, revolucionarias, conservadoras o de cualquier otra índole, pero el peso de la realidad es tan aplastante.

En Tecnociencia

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