En el ya famoso manual perteneciente a un supuesto seguidor de Ben Laden titulado Military Studies in the Jihad Against the Tyrants, que fue encontrado en mayo de 2000 por la policía inglesa en una casa de Manchester, se facilitaba a los terroristas una serie de instrucciones a fin de pasar inadvertidos entre los ciudadanos de países occidentales.
En el manual destacan instrucciones tales como “afeitarse la barba”, “llevar cigarrillos” o “utilizar agua de colonia”. Otro consejo interesante es el “hablar en voz baja” si se alquila un apartamento moderno, debido al escaso grosor de las paredes. Estos tópicos merecen una reflexión: según los redactores del manual, los hombres occidentales somos individuos que vivimos en cuchitriles, fumamos como carreteros y convertimos los ascensores de los edificios de oficinas en cámaras de gas debido a los intensos aromas que exhalamos a base de loción para el afeitado.
Y lo curioso es que lo que sucede es todo lo contrario: fumar no está bien visto y oler a perfume se considera de mal gusto. En cuanto a la barba, según el manual, Xosé Manuel Beiras es un individuo que puede ser confundido con cualquier tripulante de una patera.
Estos manuales son de uso corriente. En Internet todavía se puede consultar el denominado Mini-Manual del Guerrillero Urbano, de Carlos Marighella, donde también se recomienda que “El guerrillero urbano debe de conocer como vivir entre las personas y cuidarse de no aparentar ser extraño o separado de la vida ordinaria de la ciudad” (sic). Obsérvese de que el manual parte del presupuesto de que el terrorista realmente está apartado de la sociedad. El texto indicado es del año 1969.
¿Se puede realmente clonar el comportamiento de personas de otra cultura sin más ayuda que la de un manual? Los periodistas que fueron detenidos semanas atrás en la frontera entre Pakistán y Afganistán fueron identificados rápidamente pese a sus disfraces. Allan Pease, en su excelente libro El Lenguaje del Cuerpo nos cuenta el caso de un matrimonio danés que fue tomado por excesivamente promiscuo en la Universidad de Melbourne debido a que hablaban acercándose excesivamente a sus interlocutores (el caso llegó a constituir un incidente diplomático). Nuestra gestualidad, y no sólo nuestras expresiones, identifican nuestra cultura a través de una gran cantidad de signos. Hemos aprendido el significado de esos signos incluso antes de haber alcanzado el uso de razón. Y esto vale para todos los habitantes de este planeta.
Las diferencias culturales son mucho que anécdotas. Se trata de una evidencia que todo el mundo acostumbra a pasar por alto. Es precisamente este cúmulo de tópicos el que nos impide acercarnos al otro, comprender y negociar. Las implicaciones no son solamente estéticas o de protocolo. Afectan a la posibilidad de ganarse o no la vida, a la dignidad, a la seguridad y, sobre todo, a la libertad.
Internet es la primera herramienta práctica de la que dispone el género humano para superar las barreras culturales. Pero da la impresión de que el flujo de información que suministra fuese continuamente desaprovechado. No se trata de sustituir el uso de la biblioteca, sino de interactuar con los demás. El chat apenas se usa entre las empresas (y eso que la Red ofrece programas gratuitos por doquier), por no hablar de los Grupos de Noticias o las Listas de Correo, cuya utilización se encuentra restringida a unos pocos “expertos” participantes. Y lo que es peor, cuando se utiliza, salvo en el caso de los países hispanohablantes, es para el entorno nacional.
Es curioso: tenemos una red mundial a nuestra disposición, pero nos comportamos como si no viviese nadie al otro lado de la calle en la que tenemos la oficina. Y ya va siendo hora de cruzarnos con extraños en el descansillo de la escalera. Debemos empezar a conocer sus nombres y a que conozcan los nuestros. De uno en uno. Todos.

Extraños en el descansillo
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