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Las amenazas del PNV contra la estabilidad del Estado de Derecho son algo más que retórica; representan la continuidad de un estilo marcado por el chantaje político y por la propuesta constante de un horizonte de grave tentación totalitaria. En hipótesis, si el PNV no hubiera existido nunca hubiera nacido ETA, una clara escisión. Utilizar el poder para romper el marco de la convivencia, como viene haciendo de manera sistemática, el PNV tiene un nombre claro: deslealtad institucional. Recogido en la Constitución.

En su trasfondo casticista, el PNV es la representación más obvia de ese instinto de suicidio de España, con un siglo largo de trayectoria. La cuestión es que el chantaje, y el terrorismo, han sido de habitual rentables. El Gobierno quizás debería dejar de explicarnos a dónde nos quieren llevar los nacionalistas, que va de suyo, para prestar más atención a su propio discurso. La verdad es que, asumiendo el doble lenguaje nacionalista, en el País Vasco se habla poco de España como sociedad abierta, de los riesgos autoritarios de una utopía cazurra. Mientras Ajuria Enea considera innegociable lo conseguido –por ejemplo, el concierto vasco– y negociable la destrucción del Estado de Derecho, el Gobierno de la nación podría alguna vez adoptar la postura de firmeza... frente al PNV y a su levantisco ejecutivo.