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El tigre celta y la paz

En 1995, algunos teclados del Macintosh dieron problemas (las teclas se salían de su sitio, o se quedaban enganchadas y cosas por el estilo). La empresa hizo una de esas ofertas irresistibles a los usuarios afectados consistente en que si les comprabas un nuevo teclado, te lo entregaban por un precio excepcional.

El teclado en cuestión estaba fabricado en Irlanda, lo que me sorprendió, porque por aquel entonces el hardware solía ser montado en países asiáticos que ofrecían mano de obra barata. El que Mac hubiese encargado el trabajo en la Verde Erín no era una casualidad: Irlanda, con 1,7 millones de trabajadores, genera el diez por ciento de su PIB a partir de las empresas tecnológicas, que dan empleo al cinco por ciento de la población activa.

A lo largo de estos seis últimos años ese país ha visto crecer su economía hasta de forma inusual. Tanto es así que la financiación proveniente de los Fondos Estructurales y del Fondo de Cohesión, que suponían un 2,9 por ciento del PIB en 1991, quedó reducida a menos de un uno por ciento el año pasado.

Harina de otro costal es que Irlanda, como muchos otros países, sufra a partir de ahora los efectos de la recesión. Eso significará disminución del crecimiento y desempleo, pero Irlanda consiguió ser en 1999 el primer país exportador de software del mundo, dentro de una clara apuesta institucional por la economía real vinculada a la tecnología. El proceso de desarrollo implicaba a una serie de actores económicos, tanto privados como institucionales, como Enterprise Ireland, la firma de capital riesgo creada por el Gobierno, que destina la mitad de su presupuesto a subvenciones.

Los comentaristas económicos de ambos lado del Atlántico se han sentido fascinados ante la experiencia Irlandesa; de ahí viene la denominación de este país como “El Tigre Celta”. Lo que sucede es que, como de costumbre, se han tenido en cuenta a las multinacionales y a las gestiones de la Administración, pero no a las personas. Todas las inversiones y ayudas no habrían servido de nada sin la decidida voluntad de los pequeños empresarios y los trabajadores para dar la vuelta al guante de la economía irlandesa, y es aquí donde hay que tener en cuenta un fenómeno político de gran calado que viene representado por el programa PEACE, que es el programa de la Unión Europea por la Paz y la Reconciliación (pueden consultar en español dicho programa en la web de la Diputación de La Coruña). En la descripción de esta iniciativa se deja bien claro que uno de sus propósitos fundamentales es el aprovechamiento de “las oportunidades y atender las necesidades que plantea el proceso de paz con el fin de impulsar el crecimiento económico y potenciar la regeneración social y económica”.

Se trata de algo más que de una simple y hueca declaración política. La violencia revolucionaria todavía sigue parámetros del siglo XIX: se supone que tras el logro de los objetivos políticos, la paz estaría asegurada, y a partir de ahí, el desarrollo económico sería cosa de coser y cantar. Pero el asunto funciona exactamente al revés, como ha quedado demostrado de forma reiterada a lo largo no ya de décadas, sino de siglos.

Lo que ya resulta más difícil de admitir, o tal vez de entender, por parte tanto de los revolucionarios como de las sociedades víctimas de las acciones de los primeros, es que si la locomotora de la paz se alimenta con el combustible del desarrollo económico, los efectos de dicho desarrollo pueden incidir de forma notable en la ideas de las partes en controversia. Y pueden llegar a hacerlo en cualquier sentido.

Bien es cierto que cualquier forma revolucionaria, por definición, no sólo busca la ruina del objeto de sus acciones, sino que además desconsidera cualquier planteamiento de prosperidad propia. ¿Se podría invertir este proceso? ¿Podrían establecerse prioridades comunes en el área económica y dejar el tema político para el momento adecuado? Las sorpresas podrían ser enormes: ¿se modificarían los presupuestos políticos, las ideologías, las posiciones, tras un persistente y verificable curso de crecimiento económico? Recordemos que crecimiento y capital social son situaciones que corren parejas.

El proceso de paz en Irlanda así parece haberlo demostrado, y tal vez éste constituya el mayor éxito político de la Unión Europea, aparte de su propia creación. Pero habrá que convenir en que el éxito, si finalmente se consolida, no se habrá debido a repentinas claudicaciones políticas ni ideológicas, sino al hecho de haber identificado claramente las prioridades de los procesos a seguir. Desgraciadamente, el panorama económico mundial no nos deja espacio para las grandes e inmediatas esperanzas. Pero en algún momento habrá que empezar a buscar soluciones distintas.

Lo malo es que los éxitos de desarrollo social pertenecen a los pueblos. Son anónimos, y no heroicos, lentos y no milagrosos. Requieren un esfuerzo no reconocido de forma individual y, lo que es peor, suelen merecer los reproches de los correligionarios.

En Tecnociencia

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