El Dilema del Prisionero (DDP) tal vez constituya el esquema más clásico de estrategia. Consiste básicamente en que a una acción de un jugador corresponde una respuesta de su oponente, el cual puede someterse a la jugada anterior, o bien rebelarse contra ella. Pueden consultar Smalltalking (está en español), donde pueden descargar juegos DDP para varios participantes e información más extensa sobre el tema, así como la correspondiente bibliografía.
Los esquemas DDP son utilizados en acciones geoestratégicas, proyectos de competitividad empresarial e incluso en los medios de comunicación para la decisión de las portadas del día siguiente en los periódicos. La famosa contraprogramación televisiva se basa en el DDP, aunque en este caso, de una forma algo rústica e intuitiva. La estructura no es más que un juego, pero un juego muy distinto al ajedrez, en el cual, se supone que cada jugador oculta su estrategia al contrario, mientras que en el DDP de lo que se trata es precisamente de enseñar al otro la propia estrategia bajo la amenaza real de un castigo inminente y cierto.
El ejemplo típico es el de la reclamación de un secuestrador de pasajeros de avión: “si no atiendes a mis peticiones, mataré a un rehén cada media hora”. Lleva siempre ventaja en el juego aquel que no tiene nada que perder (un terrorista suicida, por ejemplo). En este caso, las autoridades sólo tienen dos jugadas posibles: someterse a la petición o negarse a ello (en la jerga del juego, la negativa se denomina defección). A continuación, el terrorista deberá cumplir los extremos de su amenaza o bien plegarse a la nueva situación, con lo que se reiniciarían las negociaciones o tendría lugar la rendición del malhechor. Durante toda la Guerra Fría este juego se practicó de forma sistemática entre Estados Unidos y la Unión Soviética, sin lo que este planeta hubiera desaparecido del sistema solar treinta años atrás.
En el caso del terrorismo, la cosa se complica más cuando el delincuente no presenta reivindicaciones, es decir, que el fin último de su acción es el mismo terror, como es el caso de las organizaciones vinculadas con Ben Laden o los envíos postales de ántrax en Estados Unidos, acerca de cuyo origen estadounidense dimos cuenta anticipada semanas atrás en Libertad Digital, predicción que cada vez se confirma con mayor seguridad.
Precisamente, la dificultad añadida en lo que se refiere al éxito de las negociaciones (rendición de una de las partes, cese bilateral de las hostilidades o esquema ganar-ganar) reside en el hecho de que no se puede llegar a ningún tipo de acuerdo en el supuesto de que ambas partes no coincidan en el propósito del mismo juego. Recordemos que tras el ataque del 11 de septiembre no se presenta ningún, digamos, pliego de condiciones, es decir, que los que inician el juego descartan desde el principio incluso la rendición del contrario, de tal forma que la partida continuará de forma indefinida hasta que se den ciertas circunstancias, como por ejemplo, el agotamiento de los cultivos de bacterias o la captura de los remitentes.
El panorama que presentamos en estas líneas es optimista y pesimista al mismo tiempo. Es optimista porque, a diferencia de lo que dicen los agoreros, no se producirán ningún cambio sustancial en los procesos de desarrollo de las sociedades democráticas, ya que no hay que perder de vista que nuestro sistema de generación de riqueza es ontológicamente cíclico, de forma que con terroristas o sin ellos, habríamos de pasar con mayor o menor intensidad por esta fase de depresión.
Pero la mala noticia es que la ausencia de racionalidad en los procesos mentales de los terroristas globales, el carácter difuso y escatológico de sus objetivos, así como el palpable muro que separa los esquemas culturales de las partes en litigio extenderán generacionalmente este conflicto multifactorial siempre y cuando no se produzcan cambios sustantivos en los mencionados procesos mentales. Sólo el tránsito hacia la democracia y la creación de sociedades civiles fuertes en todo el mundo podrá producir la deseada inflexión de todo este estúpido desastre.

Terrorismo en "El Dilema del Prisionero"
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