Los dibujantes de tebeos, cuando querían representar a un empresario, lo pintaban con gran barrigón, sombrero de copa y humeante puro. Algunos los siguen dibujando así, cuando lo cierto es que desde hace bastantes años, los empresarios siguen los consejos del médico de la Seguridad Social, ya que al fin han admitido que tienen el colesterol demasiado alto y que el corazón sólo resiste un cierto número de sobresaltos cuando hay que pagar el IVA, las nóminas y el Impuesto de Sociedades.
O cuando la subvención que les ha concedido la Comunidad Autonómica de turno no la pueden cobrar ¡porque no abonaron el importe íntegro de la inversión en el plazo relámpago establecido por legisladores que entienden tanto de empresas como un labriego acerca de navegación de altura! Los legisladores, con indiferencia de la tribu política en la que militen, siguen dando por cierta la imagen del capitalista panzurrón y desalmado, sobrado de efectivo y cuyo único objetivo consiste en despedir al mayor número posible de empleados. Esto sí que es auténtico pensamiento único. Nunca se ha convenido de forma mayoritaria en semejante necedad
¿Por qué entonces los dibujantes anticapitalistas no pintan a un empresario con un jersey y sin corbata? Bill Gates viste así, como visten la mayoría de los empresarios de cualquier polígono industrial que tienen que hacer frente cada mes a la responsabilidad del pago de quince, veinte o cuarenta nóminas. Los dibujantes estilizan sus prejuicios, como la mayor parte de la sociedad, basándose en arquetipos del siglo XIX.
La percepción social del emprendedor en España resulta totalmente esquizofrénica: por una parte, todo el mundo quiere tener empleo. Por la otra, se detesta a la fuente generadora de ese mismo empleo. Mal vamos. Las PYME generan en Europa más del 95 por ciento del empleo. ¿Cuándo se nos va a meter a todos en la cabeza que las grandes multinacionales no son ni por asomo las principales generadoras de ese bien preciado que hoy es el puesto de trabajo?
Es inaudito que todavía se interprete el cierre de una pequeña empresa como “un atentado” contra los trabajadores. ¿De verdad alguien cree que las empresas dan saltos de alegría cuando la suspensión de pagos llama a la puerta?
Todo lo anterior no elude la incompetencia de las empresas en lo relativo a los programas de fidelización y recompensa de los Recursos Humanos, pero es que la rigidez administrativa en cuanto a la aplicación de incentivos al desempeño anula cualquier iniciativa en este sentido. Resulta irónico que un salario se instituya por vía administrativa con independencia de los resultados de la empresa y del desempeño aplicado por los trabajadores para alcanzar esos resultados. Es cuanto menos sorprendente que las recompensas deban establecerse de por vida laboral sin vuelta atrás. Y el que sea así se debe únicamente a que en un entorno supuestamente capitalista, demostramos una sorprendente falta de confianza ante nuestra propia realidad social y económica.

Salarios, crisis y oportunidad
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