La economía española asiste estas semanas a uno de los debates más absurdos de los últimos años. Todo gira en torno a cuánto crecerá el PIB el año que viene y a la invalidez de las previsiones del cuadro macroeconómico que el Gobierno presentó con los presupuestos para 2002.
Sí hay una cosa cierta a estas alturas, cuando las incertidumbres se van despejando, y es que, se mire como se mire, la economía no crecerá en 2002 el 2,9% previsto por el Gobierno ni por accidente. Esto tampoco es una novedad. Se sospechaba hace tiempo y se va confirmando ahora, a medida que los distintos organismos nacionales e internacionales y los analistas privados van desgranando sus previsiones para el próximo ejercicio. Incluso el propio Rodrigo Rato ya ha dicho que, en breve, el Gobierno también revisará a la baja sus estimaciones. Entonces, ¿por qué tanta historia y tanto nerviosismo? Todo el mundo entiende que la intensa desaceleración económica que se vive actualmente se debe, fundamentalmente, a las circunstancias internacionales, tanto las que existían antes del 11-S como las que se han derivado de aquel nefasto día, y eso es aquí y en el resto del mundo. Aún así, todas las previsiones reconocen que España crecerá el 2% o más y que lo hará muy por encima de los demás países de la UE y de EEUU. Comparativamente, por tanto, estamos bien. Por eso no hay quien entienda esa polémica absurda que ha montado el Ejecutivo cuando, objetivamente, nadie puede echarle nada en cara.
La última en sumarse a la revisión a la baja de las previsiones económicas ha sido la OCDE que ha dicho, ni más ni menos, que la economía española crecerá el 2% en 2002 y que registrará un déficit público del 0,4% del PIB. Quizá tenga razón, pero lo cierto es que los cálculos de la Organización se han caracterizado, históricamente, por fallar más que una escopeta de feria. Por ello, si nos atenemos a la experiencia de los últimos años, el PIB entonces crecerá el 2,2% o el 2,3% como mínimo. Esas dos o tres décimas son el grado de error habitual en las estimaciones de la OCDE y si invalidan sus previsiones sobre crecimiento, también lo hacen con las relativas al déficit público. O sea, que se mire como se mire, la cosa no está tan mal. Y, mientras tanto, el Gobierno asustado y sin atreverse a reconocer algo por lo que nadie le va a culpar, aunque tanta tontería empieza a minar la credibilidad bien ganada de sus previsiones en los últimos años.

Un debate absurdo

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