Hace cosa de veinte años en una tertulia radiofónica en París sobre la transición democrática española me enfrenté con Madeline Rebeyroux, hoy Presidenta de la Liga de Derechos Humanos, y entonces vicepresidenta de multitud de asociaciones cutres, cuya etiqueta de producto congelado, reza: “católica de izquierdas, pro-soviética y filocomunista” algo así como Bergamín en 1936, pero aún más tonta quien, como era su obligación, entonó un cante-jondo en honor a la izquierda española que aún no había llegado al poder y sobre todo, claro, al glorioso PCE y a su genial dirigente, Santiago Carrillo.
“Es un criminal de guerra”, corté, y le dio un patatús. Me expliqué, y al final de la emisión, Jean-François Chiappe quien acaba de morir, historiador muy mediático y algo fou du roi, si no monárquico declarado, algo que en Francia resulta extravagante me sonrió y dijo algo así: “Jamás, en esta radio estatal, he oído tan feroces criticas anticomunistas. ¿No teme que le esperen en la puerta, con metralletas?”. Respondí a su sonrisa, diciendo: “No creo, aún no tienen el poder”. Pues bien, fiel a su congénita imbecilidad, la señora Reberyoux, desde el trono de los derechos humanos, pone en guardia al gobierno contra las medidas antiterroristas que puedan tener carácter racista y atentar a las libertades individuales.Aparte de que dichas medidas son pura filfa, se ve en el caso de esta como de tantas otras señoras cuáles son los humanos con derechos, y cuáles no.
Más sintomático me parece el llamamiento de 133 intelectuales sobre los atentados del 11 de Septiembre, en el cual, sin la sofisticación de Jean Baudrillard, vienen a decir lo mismo: por muy lamentables que puedan parecer esos atentados hay que comprenderlos y explicarlos; no nos equivoquemos de enemigo, que sigue siendo, hoy más que nunca, el imperialismo yanqui. Todo ello, claro, en nombre de Marx, de la “filosofía de las luces” y de los principios democráticos (versión islámico leninista). Este manifiesto se publicó hace un mes, pero se sigue comentando. No merece la pena hablar mucho de él. La mayoría de los firmantes procede de ese poso histórico del comunismo trotskistas y estalinistas, ambos muy descafeinados en el que su propia debilidad actúa como aglutinante para intentar resistir al fin de esa historia.
Y también estaba Pierre Vidas-Naquet. Algunos se extrañaron: ¿qué vela se le ha perdido a ese sesudo especialista de la Grecia clásica, en este entierro?. Pues bien sencillo: Vidal-Naquet, curioso presidente de los amigos del difunto C. Castoriadis, sufre del mismo virus que Juan Diego, apodado antaño Juan Pliego, porque siempre iba con un fajo de proclamas en busca de firmas y no puede ver un manifiesto sin firmarlo. La “fimatosis” es una enfermedad de origen comunista y conoció su apogeo cuando el “Llamamiento de Estocolmo” (¡maldita ciudad!) contra la bomba atómica norteamericana. La soviética, después, fue santificada. Pero en este caso se han pasado, y hasta Jacques Julliard, codirector del muy progre Nouvel Observateur, ha protestado contra ese “antiyanquismo”, esencialmente antidemocrático.
Un poco de Human touch, para terminar. En Tolosa capital francesa del antiguo reino de Navarra, y meta imperial para Arzalluz desde esa tremenda explosión (¿accidente? ¿atentado?) que causó 29 muertos, centenares de heridos y miles de destrozos, los vecinos de la zona siniestrada siguen con los cristales rotos y sin calefacción. Y hace frío. Tanto las compañías de seguros como el Gobierno y como la alcaldía, atribuyéndose unos a otros la responsabilidad, no han hecho absolutamente nada, no han puesto ni un maravedí sobre el tapete de las obras. El diputado alcalde, Philippe Douste-Blazy, quien se limita a gimotear, debería reflexionar con el ejemplo de otro alcalde en situaciones infinitamente más dramáticas: el de Nueva York, un 11 de Septiembre. Está en peligro su destino político; aunque, desde luego, a mí, ¡plin!.

Derechos humanos y horchata
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