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Aguinaldo o limosna

La otra tarde, a las ocho y media, sonó el timbre. No esperábamos a nadie y nadie había anunciado por teléfono su visita. La costumbre en París es que no se pasa sin avisar por casa de nadie, y aún menos a esas horas, que, por lo general, son las de la cena. Es la portera anunciando alguna catástrofe, pensé, siempre optimista. Pues no, era una joven y bella cartera (femenino de cartero) con sus habituales y horrendos calendarios, que tradicionalmente te ceden contra un aguinaldo. Cumplí, no como el “gitano legítimo” del poeta, pero me quedé con el calendario —que fue a parar a la basura, de inmediato—, y le di una buena propina y sonrió de forma encantadora.

Recordé otros años, por las mismas fechas, cuando otras carteras (siempre envían a chicas jóvenes y guapas, los muy zorros), después del tradicional intercambio, me confesaban que éramos muy pocos los que, en aquellas ocasiones, nos habíamos sometido al rito. Por lo general eran recibidas con muy mal humor, a gritos de: “¡siempre estáis en huelga y os atrevéis a pedir limosnas!” y ¡zas! un portazo. Reflexionando, es cierto que una administración tan reivindicativa y huelguista, está desgrozando poco a poco el servicio de correos a golpe de huelgas contra las 35 horas —aunque lo curioso es que estos funcionarios, tan orgullosos de serlo, se atengan a la tan tradicional y servil costumbre del aguinaldo-limosna.

¿Por qué no piden al Estado-patrón una prima de navidades?, se preguntarán ustedes. Pues, porque ya la cobran. El mundo, es un carnaval con careta de cartón: recordaré que los tremendos agitadores de la FAI, los hermanos Ascaso, Garcia Oliver, y otros, de profesión eran ¡camareros!.

Siempre en el terreno de la función publica, el pasado sábado pudo verse una curiosa e inédita manifestación en Grenoble: las esposas de los gendarmes desfilaban para apoyar las reivindicaciones —salariales entre otras— de sus maridos, ya que siendo militares, estos no tienen derecho a manifestarse. Fueron bastante numerosas. En los habituales debates por televisión de fin de semana, dos peces gordos del PS, F Hollande, primer secretario, y P. Mmoscovici, Ministro de asuntos europeos, afirmaron ambos que todo iba bien, que el gobierno Jospin lo había hecho mejor que cualquier otro gobierno desde Carlomagno, y en relación con el tema candente de la inseguridad, afirmaron asimismo que ningún gobierno, desde Daladier, había aumentado tanto los medios y los policías. Ninguno de los periodistas que les entrevistaban tuvo el sentido común de preguntarles ¿ por qué en esas condiciones había tanto descontento en la policía y en la magistratura? ¿Por qué en París, pongamos, tres manifestaciones de policías habían desfilado por las calles en una semana, cosa jamás vista en Francia, como era inédita la manifestación de las esposas de gendarmes? Uno de los motivos de descontento es la famosa “ley Guigou”, que, según los partidarios de la mano dura, sólo favorece a los delincuentes y asesinos, mientras que los más moderados opinan que, partiendo de una buena intención —reducir o suprimir la escandalosa situación de la cárcel preventiva— no ha previsto las medidas legales, presupuestarias, organizativas, etc, para que su aplicación no conduzca al caos actual. El gobierno Jospin es como el gordo ese, quien sentado en un barril de pólvora, enciende en puro (pero un habano castrista, no faltaba más).

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