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EDITORIAL

Las Brigadas Internacionales del terrorismo islámico

A medida que avanza la demolición del monstruoso régimen de los talibanes, se constata la importancia en él de un fenómeno político-militar ya conocido pero cuya magnitud resulta inquietante. Son muchos miles los “legionarios” de Alá, es decir, los terroristas militarmente entrenados, perfectamente armados y organizados en unidades regulares que en su día fueron reclutados por Ben Laden y que se han revelado como el auténtico baluarte armado del sistema teocrático afgano. Saudíes, yemeníes, egipcios, chinos, argelinos, chechenos... asesinos venidos de todas partes salvo, diríase, de Afganistán, están protagonizando los estertores de un poder político, pero al tiempo revelando la importancia de la fuerza subversiva que lo engendró, que es tremenda.

Sería, en efecto, un grave error subestimar la importancia del banderín de enganche financiero, político y militar que supone Al Qaeda, la organización de Ben Laden. Y sería aún peor desconocer la devastadora eficacia de su modelo publicitario e ideológico, que no es otro que el de las tristemente célebres Brigadas Internacionales. Aunque se presenten todavía hoy como creación voluntaria de los “idealistas” de todo el mundo, las BBII no fueron nunca otra cosa que el ejército particular de Stalin en la guerra civil española, financiado desde Moscú, reclutado a partir de los PC de todo el mundo y compuesto al noventa por ciento por “revolucionarios profesionales” de estricta obediencia comunista. El camuflaje del “antifascismo”, el disfraz de “la lucha por la democracia” en lo que nunca fue otra cosa que una división política y militar de la URSS, sigue funcionando todavía hoy. Así recibe el homenaje de partidos supuestamente democráticos pero de izquierdas, como el PSOE de Zapatero, y de derechas como el PP, supuestamente anticomunista pero indiferente a la ética y de espaldas a la historia de su propio país, teatro de las “hazañas” de ese ejército siniestro cuyo caporal en España fue André Marty, “El Carnicero de Albacete”.

Lo importante del modelo soviético en esas Brigadas Internacionales del Terrorismo Islámico que todavía combaten en Kandahar es que copia un sistema cuya eficacia criminal es sobradamente conocida: el de los “revolucionarios profesionales” de la III Internacional, que podían ser soldados en España, policías en Hungría, verdugos en Moscú o espías y, llegado el caso, terroristas que podían pasar décadas camuflados en cualquier país, incluso el suyo propio, a la espera de recibir órdenes para actuar, es decir, para matar, incluso al precio de morir. Y a efectos de su prevención, conviene recordar que NKVD (luego KGB), embajada soviética, Socorro Rojo Internacional, Movimiento por la Paz y toda clase de organizaciones aparentemente no políticas, hasta los Clubes del Libro de Willy Munzenberg, eran una sola y misma cosa. No combatirla como tal, no reconocerla como lo que era, en su unidad real y pluralidad aparente, contribuyó a su mortífera eficacia. Esperemos que no se haya olvidado esa lección. Ben Laden, evidentemente, no lo ha hecho.

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