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Alberto Míguez

Esperanza matizada y cosecha de opio

La reunión interafgana del castillo de Petersberg parece haberse iniciado con buen pié. Lo que muchos temían —enfrentamientos de tribus, tendencias y clanes— se ha evitado, aunque no faltaron voces discordantes como, por ejemplo, la del “presidente virtual”, Rabbani, que sugirió la loca idea de celebrar el encuentro en el interior de Afganistán como si se tratara de Suecia. En los próximos días se verá si el optimismo reinante se justifica, y si ese gobierno provisional de coalición es viable.

Pero, sobre todo, se verá si los proyectos de transición —con una reunión de la Gran Asamblea tribal, Loya Jirga— pueden implementarse con la presencia militar de la coalición occidental, algo que parece obligado para no volver a las andadas de todos contra todos.

Convertir Afganistán en un protectorado occidental es un asunto polémico. El problema está en cómo evitarlo tras la derrota total de los talibanes, algo que está al caer, si se desea evitar los conflictos intertribales de antaño. Y la forma de evitarlo es convencer a los grupos pachtunes no integristas —antiguos señores de la guerra ahora reconvertidos— que participen en el gobierno de unión nacional con tayikos, hazaras y uzbecos.

Claro que todos estos proyectos de futuro habrá que coordinarlos con una magna operación humanitaria, cuya urgencia, las organizaciones internacionales de ayuda no cesan de señalar a medida que se acerca el invierno y las carreteras, caminos y ríos se hacen impracticables. Sin acceso a las zonas más deprimidas, la operación puede fracasar.

Si en los últimos años, nada menos que seis millones de personas vivían prácticamente de la ayuda internacional, imaginemos cuántos millones serán al concluir la actual batalla que ha dañado gravemente infraestructuras de comunicación, zonas pobladas, campos de cultivo, etc. La inmensa mayoría de la población necesita asistencia, y sólo una operación internacional coordinada por Naciones Unidas podrá salvar a los más débiles.

Pero como la vida, pese a todo, sigue, los campesinos afganos han iniciado estos días la siembra de la amapola u opio en sus campos, alternando este cultivo con otros menos rentables y, sobre todo, más difíciles de trasladar y vender. Si el tiempo u otras circunstancias externas no lo impiden, en marzo o abril se iniciará la recogida y refino del opio en un país que antaño fue el primer productor del mundo; y en la urgencia de alimentarse encontrará una razón más que suficiente para volver a las andadas: a la costumbre se añade la necesidad, como en tantos otros países narcodependientes.

El mollah tuerto, Omar, y sus talibanes, habían logrado erradicar en los últimos tres años el cultivo de la amapola (pavot) en las zonas donde tradicionalmente se producía esta planta y se refinaba el latex posterior para convertirlo en heroína. El “tuerto” decidió prohibir la amapola porque su cultivo era “antimusulmán” y fuentes de Naciones Unidas llegaron a precisar que más del 94% de los campos de cultivo habían desaparecido.

La extrema necesidad en que se encuentran los campesinos y sus familias obligará a una recuperación del cultivo, y está ya promoviendo la reconstrucción de las redes de refino, distribución y exportación a los países vecinos. Evitar el recurso al opio para estos campesinos miserables y hambrientos se convertirá en una misión imposible si las agencias especializadas internacionales y los gobiernos de los países limítrofes no hacen un esfuerzo singular y coordinado.

Por de pronto están llegando a los mercados occidentales cargas de heroína afgana que formaban parte del fondo de comercio de los narcotraficantes locales que están colocando sus restos a precios mucho más bajos (casi la mitad) que hace un año, lo que ilustra sobre la necesidad en la que se encuentran productores y distribuidores.

A la batalla contra la miseria y el hambre, el desarraigo y el éxodo de los más débiles, la comunidad internacional deberá añadir una estrategia coordinada de control y represión del narcotráfico en la zona, sobre todo ahora, cuando el país navega entre la anarquía generalizada y el hambre.

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