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EDITORIAL

Arafat ha caducado

Una de las lecciones más claras que enseña la Historia es que quienes se alían con aquellos que no reconocen otros métodos eficaces de conseguir sus objetivos que no sean la violencia y el asesinato, acaban sobrepasados, anulados y aniquilados por ellos. Ocurrió en la Italia fascista, en la Alemania nazi, en la Rusia soviética. Ocurre hoy en el País Vasco, y también en Palestina.

Es muy probable que Arafat no haya tenido una responsabilidad directa en las masacres de Jerusalén y Haifa. La estrategia de Arafat con la Intifada siempre ha sido lo que aquí se conoce por el eufemismo de “violencia de baja intensidad”. El objetivo era mantener una presión constante para obtener mejores condiciones en la negociación con Israel. Y, mientras tanto, dejar que el “trabajo sucio” lo hicieran Hamas y la Yihad Islámica. Eso le colocaba en la posición de “moderado” y, por tanto, de interlocutor válido e imprescindible para la solución del problema palestino. Y la jugada no le salió mal del todo. Consiguió que se le confiara el gobierno del embrión de un futuro estado palestino, y alcanzó su momento estelar con el anterior primer ministro israelí, Ehud Barak, quien con los auspicios de Clinton le ofreció a Arafat todo aquello que podía ofrecer un representante israelí. Todo menos Jerusalén.

Pero en la mentalidad de un terrorista, cualquier gesto de buena fe por parte de su adversario es una muestra de debilidad que le confirma en su estrategia violenta. La provocación (gratuita) de Sharon en la meseta de las mezquitas fue su casus belli para reiniciar la Intifada. Como los etarras, creyó que el fruto estaba ya maduro y sólo era necesario un empujón final para doblegar la voluntad de los israelíes.

Sin embargo, el 11 de septiembre dio al traste con todos los eufemismos aplicados al terrorismo en el siglo XX. Los atentados de Hamas y la Yihad ya no colocan a Arafat como el líder “moderado” y el interlocutor imprescindible, sino como cómplice por negligencia. Y la comunidad internacional ya no distingue entre terroristas de “alta” o “baja” intensidad, tampoco entre quienes cargan las armas y aprietan los gatillos.

El siglo XX ha acabado, y Arafat, un producto típico de la época, también ha caducado. De ser una de la claves de la solución al problema palestino, hoy se ha convertido en el principal problema. Siempre lo ha sido en realidad, sólo que Occidente ha recuperado la cordura después del brutal shock de las Torres Gemelas.

Si de verdad quiere Arafat hacer un servicio a sus conciudadanos, lo mejor que podría hacer es retirarse de la escena. Sin esperar a que le agradezcan los “servicios prestados”.

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