Henry Ford se dio cuenta de que si los empleados de la fábrica no podían comprar los coches que ellos mismos fabricaban, la compañía acabaría haciendo un mal negocio. Se recordará que cuando la Ford presentó en el mercado su Modelo T, había casi trescientos fabricantes de automóviles en Estados Unidos. Cinco años más tarde apenas habían conseguido sobrevivir cinco empresas del sector (¿no nos recuerda a algo de lo sucedido con las empresas de Internet?). Aunque la explotación de la fabricación en cadena constituyó la base del éxito, la comprensión del esquema global fue lo que permitió establecer esa poderosa herramienta que el fabricante denominó "salario digno". La referida dignidad albergaba el principal cometido de crear un círculo eficiente de productividad. A nadie se le había ocurrido esto anteriormente.
El concepto de Ford de "salario digno" no presenta ribetes emocionales, altruistas, ni filantrópicos. Es un concepto revolucionario encaminado al éxito del sistema de producción, encontrándose éste inserto en un ciclo de retroalimentación comercial y financiera.
Pero, ¿qué precio hubo que pagar por la seguridad del mantenimiento de aquel círculo virtuoso? El color. La Ford sólo producía coches de color negro.
Ha pasado casi un siglo desde entonces. Usted puede elegir hoy el color de su coche... siempre y cuando, en lo que se refiere a ciertas marcas, esté dispuesto a pagar un sobreprecio o bien a esperar unos cuantos meses hasta la entrega del vehículo. Mi impresión es que no se ha avanzado tanto como creemos.
Da la impresión como si Internet no hubiese aprendido nada de las grandes experiencias empresariales del siglo XX. Los emprendedores en la Red se comportan como si sus ambiciones de negocio no tuviesen la menor repercusión social, cuando no es así en absoluto. Por ejemplo, los proveedores en Internet de suministros ofimáticos (papel de fax, clips, folios, cartuchos de tinta para impresoras o cualquier otra cosa) pretenden que sean los clientes quienes actúen de comerciales para ellos, y que a tal efecto, rellenen tediosos formularios de pedido en las páginas dinámicas del sitio web del distribuidor. En el incierto supuesto de que efectivamente los jefes de compras de las empresas tuviesen tiempo para ocuparse de estas incómodas tareas administrativas, tarde o temprano se darían cuenta de que están siendo utilizados por sus propios proveedores, los cuales se frotan las manos pensando en los puestos de trabajo que se van a ahorrar en fuerza de ventas.
Cosa bien distinta es lo que sucede con un servicio que facilita las tareas del comprador y amplía su capacidad de elección (un ejemplo típico es la adquisición a través de Internet de las entradas para espectáculos). Cuando estas facilidades no existen, o bien, cuando existiendo no son percibidas como tales por los clientes, se están descorriendo los cerrojos de la puerta que no conduce a ninguna parte.
No son sólo las empresas de Internet puro y duro las que están prescindiendo de puestos de trabajo. Las divisiones web de PYME son objeto de una siega selectiva, cuando no de una eliminación radical. El asunto es tan sencillo como éste: ¿está el empresario dispuesto a pagar un salario por un puesto de trabajo cuyo ejecutante no piensa utilizar ese dinero para comprar el mismo servicio que provee?
El empresario cazurro siempre ha seguido la política del chocolate del loro en los momentos de crisis, cuando de lo que se trata es de practicar ajustes estratégicos (incluyendo la reorientación global del negocio) y no simplemente contención de gastos marginales y engañifas contables basadas en la reducción de puestos de trabajo.
Cosa bien distinta es que la reorientación estratégica implique reducción de plantilla, tanto en el caso de nuevas líneas de actuación como en el abandono de líneas de producción sin un futuro claro, pero si la eliminación de puestos significa persistencia en las mismas políticas nefastas que provocaron el escenario de despidos, los estrategas incurren en un más de lo mismo que tiene muy poco que ver con los círculos virtuosos: al loro lo habrán dejado sin chocolate. Pero lo que deberían hacer es ponerlo a trabajar para que, a cambio de su salario, se comprase él mismo la golosina.
Y todos saldríamos ganando.

Ford y el chocolate del loro
En Tecnociencia
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