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EDITORIAL

La dimisión de Redondo y la capitulación del PSOE

No hay duda sobre la razón de fondo que ha llevado a la dimisión a Nicolás Redondo Terreros: el empeño de una facción de su partido, por lo visto significativa, en pactar con el PNV, abandonando el frente de resistencia democrática y española que en los últimos años venía formando junto al PP. No hay duda tampoco de que la dirección nacional del PSOE, si por tal entendemos a Zapatero y su grupo, ha respaldado la postura capitulacionista ante el nacionalismo que, desde el mismo día de las elecciones, ha contado en Madrid con la activa dirección de Felipe González y el respaldo de todo el imperio mediático de Jesús de Polanco, con Cebrián a la cabeza.

Estamos ante algo que es mucho más que una decisión personal o de partido que afectaría sólo a una de las federaciones del socialismo español. Es el conjunto de la política antiterrorista lo que el aparato de poder real del PSOE pone en jaque. Es el referente moral de la izquierda en toda España lo que Zapatero pone en almoneda. Es la posibilidad de una victoria policial y política contra el terrorismo lo que definitivamente descartan los socialistas vascos que han forzado o permitido la renuncia de Nicolás Redondo Terreros. Es la condición de partido nacional español lo que desaparece del PSOE con él. Nada menos.

La política es muy complicada y hay todavía algunas horas de margen, hasta su anunciada rueda de prensa, para que Redondo reconsidere su dimisión. Pero, evidentemente, con lo que no pueden contar los capitulacionistas del PSE-PSOE es con su presencia al frente de un partido que se entregaría al modo de Madrazo en brazos del Gobierno Vasco más sectario, separatista y antidemocrático de cuantos ha compuesto el PNV. Si es para hacer una política ancilar –esta sí– del PNV, si es para convertirse en la coartada del Pacto de Estella, Redondo Terreros debe apartarse de la dirección de un partido que entierra algo más que una estrategia: su propia razón política de existir. Pero si Zapatero no se da cuenta de que con la caída de Redondo caen sus propias expectativas como líder nacional capaz de ganar unas elecciones generales, entonces es que está maduro para seguir el camino de Borrell.

Porque uno de los efectos más importantes de la dimisión de Redondo es la degradación vertiginosa de la figura de Zapatero como líder nacional. Y si el almibarado político leonés no resulta eficaz al frente de un sindicato de intereses territoriales unido por su odio y envidia al Gobierno de la derecha, hay alternativa clara, como la había para Borrell. Javier Solana gestionaría quizás mejor un PSOE claramente al margen del sistema que, paradojas del socialismo contemporáneo, habría sido privatizado en beneficio de un clan –el de González y Polanco– capaz de entregar al PSE-PSOE en brazos del PNV a cambio de concesiones de prensa, radio y televisión por parte de Arzallus y, naturalmente, al servicio de un rencor inextinguible contra Aznar y el PP.

No obstante, en la derecha hay o debería haber también motivos para la reflexión, además de para la consternación. Medio Gobierno acudiría a celebrar a Valdemorillo esta verdadera catástrofe para la política española si fueran invitados. Porque no sólo es el PSOE el que abandona sus principios. Hay muchos en el PP que no los han tenido nunca, véase el caso del director de la Guardia Civil. Y contra el separatismo y el terrorismo, sin principios, sólo cabe la rendición, a plazos o al contado.

Todo el terreno contra ETA y su entorno, empezando por el PNV, que Aznar ha ganado meritoriamente fuera de España, acaba de perderlo dentro. Lo malo es que tampoco de él esperamos una reflexión seria sobre lo que viene haciendo mal en este asunto, el más grave de la política española. Al único que hoy no cabe culpar de nada, sino agradecerle su coherencia pasada y presente y esperar su continuidad en la política es a ese notable político vasco, gran español, buen ciudadano y amigo incondicional de la libertad que se llama Nicolás Redondo Terreros.


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