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Juan Manuel Rodríguez

La guerra de los Jordan

"El tenis o yo". "El tenis". Esa fue la escueta conversación que, según dicen las malas lenguas, mantuvieron Carolina de Mónaco y el tenista Guillermo Vilas en una isla paradisíaca del Pacífico. Raniero estaba harto de los "globos" del argentino, de sus continuas dejadas en la pista del amor, y presionó a la heredera al trono para que le atrapara entre sus redes. Vilas, sin embargo, salió indemne: "el tenis, princesa, yo me quedo con el tenis". Cuando se supo que Michael Jordan —probablemente acuciado por las casas comerciales más importantes y erróneamente responsabilizado por el crack que hizo la Liga americana de baloncesto tras su retirada— quería volver a jugar, lo primero que se dijo es que debería vencer la resistencia de Juanita, la madre de sus tres hijos.

Tres años mayor que el deportista más famoso de toda la historia, esta "Calamity Jane" podría haberle dicho perfectamente a Michael lo siguiente: "el baloncesto o yo". A lo que M.J. tendría que haberle respondido, siempre según el guión: "el baloncesto, Juana, yo me quedo con el baloncesto". Y es extraño, porque la ex modelo ejerció sobre Jordan idénticos efectos sanadores a los que, según cuenta la leyenda, producía el bálsamo de Fierabrás sobre aquellos que lo tomaban. El jugador de los Wizards se vio envuelto en escándalos relacionados con los juegos de azar y las apuestas de golf, pero desde que contrajo matrimonio con Juanita en Little White Wedding Chapel, su vida cambió. Paradójicamente, ella fue la que posibilitó que él pudiera centrarse exclusivamente en la práctica de su deporte favorito.

El gran cineasta estadounidense, Woody Allen, asegura filosóficamente que "la principal causa de divorcio es el matrimonio". Se equivoca, porque es la NBA, convertida en auténtica máquina trituradora. Parece que el ritmo frenético de la competición resulta incompatible con el mantenimiento de una relación estable. Los entrenadores Phil Jackson y George Karl (ya saben, el "paleto americano" de Ramón Mendoza) pasaron por lo mismo, como les sucedió también a Scottie Pippen, Dennis Rodman o Kareem Abdul-Jabbar. A Jordan no le vendrían nada mal un par de esos globos oculares que dicen haber inventado unos científicos japoneses, porque su mujer quiere sacarle los ojos. Pero la pasión que siente Michael por el juego del baloncesto debe ser más poderosa que la idea de un matrimonio feliz. Conociendo a los americanos, seguro que más de una televisión habrá pujado ya por la transmisión codificada ("pagar por ver pelearse") del divorcio y la guerra de los Jordan.

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