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EDITORIAL

Una nueva oportunidad para el escarnio

Tres años y medio lleva Pastrana dando tironcitos a la toalla amarilla de Tirofijo en la ingenua convicción de que el jefe de la partida de bandoleros y criminales más antigua del continente americano, desea poner fin a sus crímenes. Tres años y medio en los que, después de cederle al enemigo número uno de la sociedad colombiana la soberanía de facto sobre un territorio equivalente en extensión a Extremadura, lo único que ha conseguido ha sido, a día de hoy, humillarse a sí propio y a su patria, sin lograr siquiera que las FARC se sienten a negociar cuáles serán los temas sobre los que se negociará.

Pastrana se educó en esa suicida benevolencia y comprensión que el mundo occidental ha tributado en el siglo XX a los bandidos con pretensiones políticas que enarbolan la bandera de los oprimidos. Pertenece a esa generación educada en la máxima de que basta desear la paz y ofrecerla sinceramente para que todos los problemas se resuelvan. Que bastan el diálogo y las buenas intenciones para arreglarlo todo.

Sin embargo, la vida real es muy distinta. A quien no le tiembla la mano cuando asesina a sangre fría, secuestra, roba, extorsiona y trafica con drogas, no se le puede hablar de paz ni dedicarle gestos gratuitos de buena voluntad. Con esta clase de gente sólo hay dos alternativas: derrotarlos totalmente o aceptar sus condiciones. Aun a pesar de que se ha dicho muchas veces, nunca está de más recordarlo: el “apaciguamiento” de Munich sólo sirvió de acicate a Hitler para llevar a cabo sus planes de dominio y exterminio. Con la añadidura de su desprecio personal a quienes le ofrecían humildemente la paz con generosas concesiones.

Las gestiones del enviado especial de las Naciones Unidas, James Lemoyne, han conseguido, al parecer, que Tirofijo se siente a negociar el alto el fuego con Pastrana, a quien no le quedaba ya otra opción —si es que quería seguir representando el papel de jefe de estado— que apelar a las armas. Por otra parte, las FARC, después del 11-S, han perdido ese halo romántico de la “lucha por los oprimidos” que tanto ha encandilado siempre a los progres iletrados y a la legión de totalitarios emboscados en los medios de comunicación y las instituciones occidentales. Hoy, la opinión pública internacional ve a las FARC como lo que son: una organización narco-terrorista cuyo único fin es perpetuarse y ampliar sus zonas de influencia, por lo que en una guerra abierta el factor propagandístico estaría en su contra.

¿Qué van a negociar ahora Pastrana y Tirofijo? ¿La entrega de las armas? No parece probable que las FARC renuncien así como así al lucrativo negocio del impuesto a la exportación de coca, que sólo con las armas en la mano se puede mantener. Además, visto el escasísimo apoyo con el que cuentan en la sociedad colombiana (el comunismo en Colombia es prácticamente testimonial en las urnas), su única baza es el terror. ¿Acaso negociarán el fin de los secuestros, de los asesinatos y de la extorsión? ¿Y de ser así, a qué precio? ¿Al de la entrega “en propiedad” definitiva de la llamada “zona de exclusión”? ¿Quizá al de una nueva prórroga indefinida en el alquiler a fondo perdido de la “finca” que les cedió Pastrana para que se “apaciguaran” y pudieran dedicarse tranquilamente al refino de coca y al entrenamiento en la práctica del terrorismo urbano, asesorados por etarras y miembros del IRA?

Nada garantiza que Tirofijo vuelva a darle plantón a Pastrana con alguna falsa excusa, como en enero de 1999. Es bien sabida la capacidad de los totalitarismos para inventar excusas y reproches; Castro es un verdadero maestro en ese arte. Por primera vez, Pastrana había adoptado una posición de firmeza (la única que entienden quienes no reconocen más razón que la de la fuerza). ¿La mantendrá ante un más que probable nuevo desplante de Tirofijo, quien ayer estaba dispuesto a combatir “con todos los medios”? ¿O preferirá soportar un nuevo escarnio en aras de una paz imposible e indigna?

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